Herodes mandó matar a todos los niños menores de dos años en la comarca
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net
Me desagrada y me causa inquietud el rumbo que ha tomado esta celebración de los Santos Inocentes al menos en nuestro México. Las bromas que se gastan, las mentiras que buscan engañar, las falsas noticias y la presentación de “la persona buena” como si fuera tonto, están muy lejanas de la intención de esta fiesta.
Quizás este día deberíamos dar nombre y rostro a todas esas víctimas de la violencia y del poder que quedan en el anonimato. A veces se ha querido ver en este relato que nos presenta San Mateo, solamente como una narración alejada de la realidad y sin fundamentos históricos que la respalden. Pero la intención de Mateo es más teológica que histórica y encierra una profunda verdad: el poder y la ambición ciegan el corazón del hombre y se convierte en asesino de personas inocentes.
Herodes personifica y con mucho realismo toda esa maldad. Él mandó matar a sus propios hermanos y parientes que podrían ser una amenaza para su trono, así “que podrían ser amenaza”, ni siquiera nada real y comprobado. Jesús, anunciado rey de los judíos y de toda la humanidad, también representa una amenaza para todos los poderes y ambiciones de los poderosos. Y los inocentes y pequeños, que son muy diferentes a los descuidados o irresponsables, son las víctimas colaterales de todos las ambiciones y guerras que se desatan por el poder.
Este día junto a estos niños, que sin saberlo pero a causa del nombre de Jesús, mueren inocentemente, podemos colocar todas esas muertes de pequeños y pobres que a diario mueren, víctima de las ambiciones y las guerras. Junto a esos inocentes están los miles de abortos provocados por injusticias, ambiciones y placeres. Inocentes son las familias que desfallecen de hambre por el acaparamiento y políticas comerciales de los poderosos.
Sangre inocente y anónima derramada a manos de los grupos y mafias o por la ineptitud de los gobiernos, clama al cielo y es escuchada por el Señor. Inocentes los miles que se destruyen a sí mismos engañados por falsas promesas de placer, de poder o de superación del dolor. Inocentes las mujeres engañadas y violentadas y después abandonadas o vendidas…
Señor, cuántos inocentes mueren hoy sin saberlo, igual que aquellos inocentes, unidos a tu nacimiento y tu huida. Por tanta sangre derramada, ¡Perdón, Señor! Por tanta indiferencia ante la muerte, ¡Perdón, Señor!