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La paz, don y tarea de la familia para el mundo
Desde la identidad y la madurez que da el amor incondicional de los padres, el ser humano puede navegar por el mundo siendo heraldo de la paz.


Por: P. Guillermo Serra, LC | Fuente: Desde la Fe



En los años 60, el lema Amor y Paz se convirtió en un ícono que con cierta nostalgia llega a nosotros como un eco transmitido de generación en generación. A la vez, estas dos palabras, empezando por amor y siguiendo por paz, se han convertido en realidades más que imposibles de definir.

La experiencia de amor y paz, sin duda, son las más buscadas y anheladas por el ser humano, pero sería muy difícil encontrar un consenso sobre su significado. Para cada uno la experiencia personal dicta su contenido, no exento de verdad, pero también de subjetividad.

Me gustaría centrarme para esta reflexión en la palabra paz y la riqueza de su contenido, origen y proyección en el contexto de la familia con miras a vivirla en el mundo como reto y como don.

La paz se puede definir por vía de negativa o positiva: “estado de tranquilidad o quietud” o “ausencia de guerra violencia”.

También la paz se puede aplicar hacia el exterior, a nivel internacional, nacional, social, comunitario, laboral familiar, etc. O quizás, de un modo más profundo y necesario, a nivel interior y personal.



Podríamos preguntarnos, siguiendo el juego de: “qué es antes, ¿la gallina o el huevo?”, si la paz interior, individual es condición necesaria para la paz social, o si la paz social, comunitaria conlleva y es imprescindible para la paz individual.

Esta pregunta nos lleva al contexto en el que cada ser humano aprende y se aprende. Es decir, el lugar donde se conoce a sí mismo conociendo a los demás. Sí, efectivamente, la familia es el lugar donde se aprende la paz, la armonía; se descubre el amor y el sentido de la vida. Desde la convivencia y el sentimiento profundo de ser amado y querido incondicionalmente – aunque con límites – cada uno de nosotros descubre ese estado de tranquilidad y quietud propia del amor, donde se adquiere la identidad, protegido por la seguridad que dan los padres y los hermanos.

Además, es en este contexto con límites personales donde se descubre que el otro se puede equivocar, y está bien si sabe perdonar y pedir perdón. Es la familia donde se ama y se pide perdón, donde se cae y se levanta; donde nos enfrentamos a los límites y a las posibilidades. Donde la armonía a veces se puede quebrar, pero también reconstruir, aprendiendo lecciones muy valiosas.

Todos estos elementos que descubrimos en la familia nos hacen experimentar que la paz individual y familiar pasa por momentos de bonanza pero que también tiene que afrontar retos. Entonces la paz se expande hasta descubrir que es un don que recibimos pero que también es una tarea con la que comprometerse.

Desde la identidad y la madurez que da el amor incondicional de los padres, el ser humano puede navegar por el mundo siendo heraldo de la paz porque la conoce, la ha vivido, siente su necesidad y también el compromiso de proyectarla en sus pensamientos, palabras y obras.



El contraste que se puede descubrir en nuestra sociedad, ante situaciones de violencia, injusticia, abusos, maltrato, guerras, pobreza, etc…, nos tienen que llevar no al desánimo, sino a comprometernos más, a nivel individual, pero también en nuestro mundo, quizás el más pequeño pero el más necesario: el de la familia, en donde se debería enseñar la paz desde el testimonio de cada uno de sus miembros.

Fortalecer la familia es apostar por la paz. Destruir la familia es sembrar futuras semillas de discordia y enfrentamiento.

Familia, sé tú un faro de luz y paz en nuestro mundo para que se viva en plenitud el anhelo de cada hombre y mujer de encontrar su plenitud y vivir en paz y para la paz.







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