Creados para amar
Por: Ramón López González | Fuente: Semanario Alégrate
En Dios hay una comunidad de personas que se aman, el Padre ama al Hijo, el Hijo al Padre, y entre ellos brota el Amor que también se hace Persona en el Espíritu Santo (1ª Jn 5, 7), todo en Dios es Amor (1ª Jn 4, 8). Por consiguiente, hemos sido creados para el Amor, para hacer comunión o para tener intimidad, como ellos son Uno así nuestra alma desea participar de esta unidad. Es la oración una forma de intimidad con Dios, una forma paradigmática que vitaliza la intimidad con la esposa, los hijos, y los amigos. La intimidad fortalece nuestros lazos con Dios, así como el ejercicio de la caridad que nos lanza hacia formas inimaginables de amor, como en el caso de los santos. Ejemplo de esto, lo tenemos en la Madre Teresa de Calcuta que llevaba sobre sus hombros a pobres y enfermos en la calle para brindarles un hogar, o como Giuseppe Moscati el médico que curaba con amor a sus pacientes; sus acciones nacían de una profunda intimidad con Dios a través de la oración.
A veces nuestra intimidad con Dios se ve fuertemente amenazada de continuo por las formas de seducción del mundo presente. Dispersión, rapidez, activismo y monotonía, son los peligros de la sociedad contemporánea. La dispersión la encontramos en todas las formas de tecnología y medios de comunicación masiva como las redes sociales que retienen nuestra mirada, consumiendo tiempo importante para la intimidad con Dios e incluso las de nuestras demás relaciones personales. En la actualidad “hay tiempo para todo”, pero poco tiempo para la oración, pues esta no se mide por el “tiempo” de la productividad y por eso es poco buscada. A menudo se puede caer en una forma de activismo que desplaza nuestros encuentros personales con Dios (buscamos el hacer antes que el ser), de igual modo solemos querer todo rápido pues se piensa que rapidez es sinónimo de eficacia. Y por último, la monotonía como un acto estéril, mecanizado, que nos aleja de la creatividad personal en nuestro encuentro con Dios. La intimidad es muy importante en la vida de fe, pues ésta nos impregna del amor de Dios –nos hace participar de su naturaleza– y nos lanza hacia formas infinitas de amor hacia el prójimo: sólo en la intimidad podemos pasar del encuentro con Dios en la oración personal al encuentro con Dios a través del prójimo.