Motivos para seguir amando y dando buen testimonio
Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate
Una vez más hemos regresado con gozo a nuestras raíces para celebrar, con el colorido de nuestras fiestas, a nuestros fieles difuntos, y para reafirmar nuestra fe en la vida eterna. Agradecemos a Dios por estos días de fiesta que llenan de esperanza y unen a las familias en los aspectos más esenciales de nuestra fe.
El amor y la gratitud nos permiten purificar la mirada para no dejar de reconocer lo que las generaciones que nos precedieron aportaron a nuestra vida. Los vínculos familiares y espirituales son fundamentales para fortalecer las raíces, para no perder la memoria y para mantener encendido el fuego del amor en nuestros corazones.
Asimismo, abren nuestros horizontes para no extraviarnos en el camino, a fin de estar en condiciones de ver de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos, contando siempre con la guía del Espíritu Santo.
Por otra parte, al celebrar a los santos, reconocemos la obra de Dios en la vida de tantos hombres y mujeres de nuestras comunidades que llegaron a brillar entre nosotros y a contagiarnos del amor de Dios.
Ellos son los pastores y guías que el Señor ha puesto en nuestro camino, a lo largo de los siglos, para que vivamos con alegría y esperanza nuestra pertenencia a Cristo Jesús. Resulta sorprendente la forma como nos motivan para amar y seguir incondicionalmente al Señor, a pesar de las pruebas que podamos experimentar en el camino de la vida.
Debemos partir siempre de las maravillas que el Señor realiza en la vida de tantos hombres y mujeres que nos inspiran y dejan pasar la luz de Dios, sobre todo cuando nos toque constatar y sufrir el mal ejemplo de algunos pastores.
El Señor Jesús señala, en el santo evangelio, que sus discípulos no deben comportarse como los fariseos, sino buscar en todo la rectitud, la sinceridad, la pureza de corazón y la autenticidad de vida. No podemos, como reflexionábamos la semana pasada, perdernos en tantos preceptos que nos llevan a relacionarnos con Dios de manera puritana, fría y mecánica, sino inspirar todas nuestras acciones en el amor a Dios y al prójimo.
Sin embargo, sin dejar de reconocer el dolor que causa un mal testimonio y el daño que puede provocar, al alejar a las personas de Dios y de la comunidad cristiana.
La enseñanza de Jesucristo nos lleva a quedarnos con la mejor parte y a rescatar lo más digno de estos guías que es el anuncio de la palabra de Dios, aunque no siempre vivan lo que predican.
El juicio le toca a Dios, como aparece constantemente en las Sagradas Escrituras, particularmente en lo que meditamos en el libro del profeta Malaquías, dirigiéndose a los sacerdotes:
“Ustedes se han apartado del camino, han hecho tropezar a muchos en la ley; han anulado la alianza que hice con la tribu sacerdotal de Leví. Por eso yo los hago despreciables y viles ante todo el pueblo, pues no han seguido mi camino y han aplicado la ley con parcialidad”.
Más bien, la enseñanza de Jesucristo trata de superar el desánimo y el escándalo que provoca esta falta de testimonio, para que nada afecte ni condicione nuestra relación con Dios. Por eso, frente a esos casos que provocan dolor no hay que dejar de contemplar a los buenos pastores que motivan a seguir al Señor y provocan alegría y esperanza.
Además del impresionante testimonio de santidad de una pléyade de hombres y mujeres que hemos celebrado en días pasados, conviene fijarnos en la vida de san Pablo que se convierte en un testimonio elocuente de los buenos pastores:
“Hermanos: Cuando estuvimos entre ustedes, los tratamos con la misma ternura con la que una madre estrecha en su regazo a sus pequeños. Tan grande es nuestro afecto por ustedes, que hubiéramos querido entregarles, no solamente el Evangelio de Dios, sino también nuestra propia vida, porque han llegado a sernos sumamente queridos”.
Estos buenos pastores han reconocido y nos llevan a reconocer la preeminencia y la majestuosidad de Jesucristo como el único pastor, como el único guía, como el único Señor, como el único Maestro al que debemos seguir y escuchar.
De hecho, Jesucristo, al referirse en el evangelio a algunos de estos títulos no está prohibiendo su uso como tal, sino que está señalando el riesgo que se corre para que nadie haga ostentación de fuerza o superioridad, sino que se conduzca siempre con humildad y que en todo busque servir a los demás.
El verdadero y único maestro es el Señor y nosotros nos reconocemos sus discípulos para siempre. Pero lo que nos enseña eso es lo que anunciamos y transmitimos para que llegue la alegría, la esperanza y la salvación a todos los hombres.