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La oración de una madre por sus hijos
Un ejemplo admirable y conmovedor de la oración de una madre por sus hijos es el de Santa Mónica.


Por: Bertha Leonor Galindo Gálvez | Fuente: Semanario Alégrate



Las madres son a menudo consideradas como los pilares emocionales de la familia. Su amor y cuidado son inquebrantables, y la oración se convierte en una extensión natural de estos sentimientos, se basa en la esperanza de que sus hijos prosperen, se mantengan a salvo y encuentren felicidad en la vida. A través de las plegarias las madres canalizan sus deseos y preocupaciones, confiando en Dios para guiar y proteger a sus seres queridos.

La oración de una madre es una expresión de amor, de fe y de confianza en el Padre celestial, que conoce y quiere lo mejor para cada uno de sus hijos, es también una forma de cooperar con la gracia divina, que actúa en el corazón de los hijos, especialmente cuando estos se alejan de Dios o se encuentran en dificultades.

Un aspecto fundamental del rezo de toda mamá es su carácter persistente. Las madres a menudo oran de manera regular y constante a lo largo de la vida de sus hijos, desde el momento en que nacen hasta la edad adulta. Esta constancia es un testimonio de su amor inquebrantable y de su deseo continuo de bienestar para sus hijos.

Ésta, también desempeña un papel importante en la formación de la identidad espiritual de los hijos. Los niños que crecen viendo a sus madres orar pueden verse influenciados por esta práctica y desarrollar su propia relación con Nuestro Señor.

Un ejemplo admirable y conmovedor de la oración de una madre por sus hijos es el de Santa Mónica, la madre de San Agustín. Santa Mónica vivió en el siglo IV, en lo que hoy se conoce como Argelia. Fue una cristiana ferviente y una madre y esposa ejemplar; San Agustín fue uno de los más grandes santos y doctores de la Iglesia, que nos dejó un testimonio impresionante de su vida y su obra. Su conversión al cristianismo fue el resultado de un largo y difícil camino, en el que tuvo que superar muchas dudas, tentaciones y errores. Pero también fue el fruto de la acción maravillosa de Dios en su alma, que lo llamó y lo iluminó.









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