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La pureza de corazón
6ª bienaventuranza.


Por: Mons. José Rafael Palma Capetillo | Fuente: Semanario Alégrate



Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8).

Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad (Papa Francisco, Gaudete et exultate, 85).

En el antiguo testamento, la pureza se entendía en sentido meramente ritual; consistía en mantenerse alejado de cosas, animales, personas o lugares considerados ‘impuros’, es decir, capaces de contagiar negativamente y que separaban de la santidad de Dios, sobre todo, aquello que estaba ligado al nacimiento, a la muerte, a la alimentación y a la sexualidad, entra en el ámbito de lo impuro y prohibido.

En cambio, Jesús come con los pecadores, toca a los leprosos, se acerca a los que han muerto y frecuenta a los paganos; todas estas realidades eran consideradas altamente contaminantes para el antiguo pueblo de Dios. Con las enseñanzas que imparte, Cristo aleja los prejuicios e injusticias. La expresión con la que Jesús introduce su discurso sobre lo puro y lo impuro permite entender lo consciente que era él mismo de la novedad de su enseñanza: “Nada hay fuera del ser humano que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale de él... Porque de dentro del corazón de los seres humanos salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez… Así declaraba puros todos los alimentos” (Mc 7, 14-23).

“Dichosos los limpios de corazón” se refiere primeramente a la virtud de la pureza (entendida primordialmente como un equivalente positivo e interiorizado del sexto y del noveno mandamiento: “No cometerás actos impuros; no consentirás pensamientos ni deseos impuros”, y que le acompaña la recta intención), inspirada por Dios en los corazones rectos y sinceros. Sin embargo, la bienaventuranza tiene un sentido mucho más amplio y profundo. Jesús explica el sentido de la ‘pureza de corazón’ de acuerdo al sermón de la montaña. Cristo describe la pureza de una acción –por ejemplo: La limosna, el ayuno o la oración– de acuerdo a la intención sana y recta: Esto es, si se realiza no para ser vistos por los demás, sino sólo para agradar a Dios: “Cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los seres humanos; en verdad les digo que ya recibieron su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha…” (Mt 6,2-6).



En realidad, la ‘limpieza’ de corazón no indica solamente una virtud particular de pureza y virginidad –que son imprescindibles–, sino se trata de una cualidad que debe acompañar todas las demás virtudes, a fin de que ellas sean de verdad virtudes y no, en cambio, descarados vicios. En este sentido, su contrario más directo no es la impureza o contaminación, sino la hipocresía. En efecto, la hipocresía es el pecado denunciado con más fuerza a lo largo de toda la Biblia (al respecto, el libro del profeta Oseas es una lección ante los judíos de que ellos habían caído en una especie de ‘adulterio’ o infidelidad por coquetear con las costumbres de los paganos y aceptar a otros dioses) y el motivo es claro: Con ella el individuo humano pretende neciamente rebajar a Dios, es decir, lo pone en el segundo lugar, situando en el primero a las creaturas, al público o a sí mismo. “El ser humano mira la apariencia, pero el Señor mira el corazón”, 1 Sam 16, 7). Toda falsedad, la vida doble o la intención torcida significan la grave impureza del corazón. La hipocresía es, por lo tanto, esencialmente, falta de fe – porque no se da la confianza en Dios–, y es también falta de caridad hacia el prójimo –en el sentido de que tiende a reducir a las personas a admiradores. No les reconoce una dignidad propia, sino que las ve sólo en función de la propia imagen. Cristo señala que ¡ya han recibido su recompensa!, la cual es ilusoria y pasajera.

Ayudan también a entender el sentido de la bienaventuranza de los limpios de corazón las denuncias que Jesús hace ante los escribas y fariseos, todas centradas en la oposición entre “lo de adentro” y “lo de afuera”, es decir, entre el interior y el exterior de la persona humana: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, pues son ustedes semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también ustedes, por fuera aparecen justos ante los seres humanos, pero por dentro están llenos de hipocresía e iniquidad” (Mt 23,27- 28).







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