Perdonar como Dios nos perdona
Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate

El evangelio está impregnado del amor del Señor a través de tantas enseñanzas que, reconociendo la debilidad humana, invitan al perdón sin límites.
El problema está en el corazón que experimenta tanto sufrimiento por las afrentas recibidas, quedándose muchas veces atascado en los recuerdos, rumiando los desencuentros y oprimiendo las heridas. El Señor se refiere no simplemente a las diferencias normales de todos los días, sino a la dramaticidad de los conflictos más dolorosos.
En primer lugar, ante estas situaciones difíciles, Jesucristo procede a hablar del perdón, pero no de manera teórica, como los maestros que tienden a discurrir sobre sus tópicos, sino platicando historias que tienen el potencial de llegar al corazón.
Las historias que Jesús platica tienen esa particularidad de abrir la perspectiva para que veamos esas situaciones de una manera más amplia y nos lleven a considerar la importancia del perdón. El dolor y las injurias tienen la característica de encapsular nuestra vida y encerrarnos por completo en el agravio recibido, haciéndonos olvidar quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Un hecho bien localizado en un momento concreto de nuestra vida puede tener el poder de afectar toda nuestra trayectoria. De ahí que cuando crece la resistencia al perdón y aumenta la soberbia, el evangelio va tejiendo una historia en la que, como decía San Juan Crisóstomo, nos damos cuenta que: “Nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar”.
Cuando las cosas sean muy complicadas y racionalmente no encontremos motivos para disculpar al hermano, hace falta considerar cómo hemos sido amados por Dios, cómo hemos sido perdonados de situaciones más delicadas. Hemos sido amados y perdonados cuando menos lo merecíamos.
Recordar esta experiencia abre lo que estaba cerrado, ensancha el corazón que se había aprisionado, y nos lleva a experimentar la alegría de haber sido rescatados por el amor misericordioso de Dios. Por eso, no se entiende que el hombre del evangelio, al que se le perdonó lo máximo, haya sido tan miserable para no perdonar lo mínimo.
En esta misma línea aparece la conmovedora reflexión del Sirácide: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y así, cuando pidas perdón, se te perdonarán tus pecados. Si un hombre le guarda rencor a otro, ¿le puede acaso pedir la salud al Señor? El que no tiene compasión de un semejante, ¿cómo pide perdón de sus pecados? Cuando el hombre que guarda rencor pide a Dios el perdón de sus pecados, ¿hallará quien interceda por él?”
Así es de conmovedora y brillante la enseñanza de Sirácide y de Jesucristo sobre el perdón, que llega a tocar el corazón, al ubicarnos como esas personas insolventes que hemos sido perdonadas cuando no teníamos la capacidad de pagar todas nuestras deudas.
En segundo lugar, si la enseñanza como tal es sublime y magistral, y destraba de manera estructural la cultura y la mentalidad centradas en el odio, en el espíritu justiciero y, en el peor de los casos, en la venganza, es todavía más conmovedor el ejemplo del Señor que hasta el final de su vida, y ante las afrentas más graves, tuvo el amor para perdonar. La comunidad cristiana quedó impactada por el comportamiento de Jesús que perdona y pide la salvación para sus propios asesinos.
San Bernardo llega a decir: “Aunque vierais algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención, si no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por desgracia. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, aun entonces creedlo así, y decid para vuestros adentros: la tentación habrá sido muy fuerte (Sermón sobre el Cantar de los Cantares, 40)”. Seguramente tenía presente las palabras del Señor en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Pedro le pregunta a Jesús sobre una medida para el perdón y Jesús le responde que hay que perdonar sin medida, sin reparar en la cantidad y la gravedad de las ofensas.
Tengamos presentes las implicaciones del mandamiento del amor al prójimo, para que resuene siempre en nuestro corazón este precepto: “Amarás a tu prójimo, no cuando lo merezca, sino porque es tu prójimo”. Guardemos en nuestro corazón lo que escuchamos en el libro del Sirácide: “Ten presentes los mandamientos y no guardes rencor a tu prójimo. Recuerda la alianza del Altísimo y pasa por alto las ofensas”.


