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Sembradores de esperanza
Se trata de sembrar la misma Palabra de Jesús, que es en verdad la siembra de la esperanza tan actual y tan permanente.


Por: Prisciliano Hernández Chávez, CORC | Fuente: El Observador de la actualidad



El mundo, nuestro pequeño gran mundo, está compuesto de espacios varios, de distintos tipos de personas, las cuales responden de diversas maneras a la siembra de la Palabra de Dios. Personas de alma tipo camino: oyen la Palabra, no la entienden y el diablo se las roba; personas de almas pedregosas, oyen la Palabra con alegría, pero su inconstancia la sofocan: las personas con almas llenas de espinos, las preocupaciones y las seducciones aniquilan su fruto. El terreno fértil de humildad y de gran apertura al Espíritu Santo, permiten que dé fruto.

Ante la Parábola del Sembrador (Mt 13, 1-23), nuestro deber es sembrar y sembrarnos, para que Dios dé la fecundidad y el florecimiento de su Palabra.

Nos toca descubrir hoy, quizá más dificultades en las diversas personas por su visión crítica o desenfada sobre Dios, sobre todas y cada una de las personas y la realidad misma que vivimos tan llena de confusiones.

Parece que estamos en crisis permanente de toda índole y en un mundo que emerge como sociedad liquida contundente en todos los campos, incluido el cristiano.

Ante esto podemos reconocer tanto una falsa interioridad como una exterioridad polémica como lo señala Fabrice Hadjadj. Cita a C. S. Lewis en ‘Cartas del Diablo a su Sobrino’,-Screwtape- , dice que el demonio divulgador, escribe en primer lugar: “Concentra la atención de tu protegido en su vida interior… Distráela de sus deberes más elementales para dirigirla hacia las tareas más elevadas y más ‘espirituales’. Acentúa en él ese rasgo tan humano que no es tan útil: el horror o simplemente la negligencia relativos a las obligaciones, que, sin embargo, parecen evidentes. Llévalo hasta el punto de que pueda hacer su examen de conciencia durante una buena hora sin descubrir ni una sola de las culpas que saltan a la vista de cualquiera que haya vivido bajo su mismo techo o haya trabajado en su misma oficina” (pág 15).



Sustituir el mensaje de Jesús a una idea de moda. La fe de los demonios debe ser a la medida de las necesidades y de los caprichos. De un Cristo disfrazado de tradicionalista o progresista, hedonista o revolucionario. No el Jesús de la Historia y el Cristo de la fe de la Iglesia y de los santos.

El mismo Hadjadj, nos ofrece una bienaventuranza del infierno, de la misericordia pirateada: “Bienaventurados los ricos de su propio espíritu, porque de ellos son los principados de este mundo. Bienaventurados los duros, porque poseerán la tierra conquistada. Bienaventurados los que lloran, siempre que digan que el malo es siempre el otro. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de su propia justicia, porque siempre sabrán reivindicar. Bienaventurados los misericordiosos, porque practicarán la eutanasia. Bienaventurados los corazones que se sienten puros, porque verán al diablo. Bienaventurados los pacifistas, porque firmarán otros atentados como el de Múnich. Bienaventurados los que se jactan de ser perseguidos y que se otorgan el derecho a perseguir a su vez, porque de ellos son los principados de este mundo” (cf ‘La fe de los demonios -o el ateísmo superado’, págs. 193-196)

Qué fácil es caricaturizar hoy el amor mismo de Dios y el mensaje de Jesús.

Ante esta problemática de una cierta fe falsa y falsaria, se impone la humildad y la sencillez de los pequeños ante la Palabra de Dios en la actitud permanente del Magníficat, actitud de María; la necesaria vinculación gozosa con el Papa y con los Obispos en comunión con el Papa; nuestra apertura a los grandes maestros de espiritualidad católica, como santa Teresa, san Juan de la Cruz, santa Teresita, y tantos otros, que sería interminable citarlos.

Se trata de sembrar la misma Palabra de Jesús, que es en verdad la siembra de la esperanza tan actual y tan permanente. Sembrar opiniones, es semilla de mala calidad; no fructifica en el terreno fértil, será paja que se lleve el viento de la historia, se podrá convertir el buen terreno en el erial de la indiferencia, carente de la Esperanza, así con mayúscula.









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