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«Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas»
Reflexión del domingo XI del Tiempo Ordinario - Ciclo A


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando todo enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,35-36).

Después de haber celebrado tras finalizar el Tiempo Pascual las Solemnidades de la Santísima Trinidad, El Corpus Christi y los Sagrados Corazones de Jesús y de María, volvemos a retomar el tiempo litúrgico denominado Ordinario, que en realidad es totalmente extraordinario. El pasaje del Evangelio que nos regala hoy la Iglesia conserva todavía reminiscencias de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, ya que nos muestra las entrañas de misericordia de Dios Padre en Jesucristo, que, «al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). 

«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17). 

Vivimos en una sociedad adormecida, abatida, cada vez con más inteligencia artificial y menos humanidad. Se le ha hecho la mayor estafa de la historia, que es engañarla diciéndole por todos los medios a toda hora del día que no existe Dios ni existe la Vida Eterna; es más, que ni existe una naturaleza humana objetiva sino que cada cuál puede ser lo que le sugieran sus sentimientos. Y como han dicho todos los papas santos del S. XX: «Sin Dios el ser humano es menos humano» Y se impone el hastío, el vacío existencial, el absurdo, el incremento progresivo del número de suicidios, el caos y la confusión, como la torre de Babel (Gn 11). Porque hemos sido creados por Dios y para Dios (Col 1,16). 

Y Dios no permanece impasible ante el engaño, el drama, el sufrimiento, la muerte de tantas personas que se sienten «vejadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36), sino que sigue mostrando sus entrañas de misericordia a través de la Iglesia, de la fuerza del Espíritu Santo que se manifiesta en la debilidad humana de cada uno de los miembros de la Iglesia. Por ello, nos dirá San Pedro en una de sus epístolas: «Y si llamáis Padre a quien, sin acepción de personas, juzga a cada cuál según sus obras, cuidad vuestro proceder en esta vida, sabiendo que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla» (1 Pe 1,17-19); «¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Co 6,20), nos recordará también San Pablo. Tal y como se nos proclama hoy en la primera lectura, Dios Padre nos ha comprado por medio de la sangre de su Hijo Jesucristo para ser UNO CON ÉL, Esposa de Cristo, y proclamar el evangelio del amor de Dios, el evangelio de la verdad, mostrando la santidad de Dios: «Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Ex 19, 5-6). Por ello, ¿cómo podemos permanecer impasibles, pusilánimes, llenos de mediocridad, envueltos de idolatría y mundanidad, cuando el demonio avanza progresivamente a velocidad terminal conduciendo a tanta gente a la muerte? Dirá San Pablo: «El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece» (Rm 8,9). Ya se puede ser obispo, cura, cardenal, religioso, catequista, que si NO SOMOS UNO CON CRISTO, NO SOMOS DE CRISTO. Y hoy el Señor nos pregunta: ¿QUIERES SER MI ESPOSA? ¿QUIERES MI ESPÍRITU SANTO PARA QUE SEAS MÍO? Y en nuestra libertad está el hacer como la Virgen María y abrirnos plenamente al Espíritu Santo o ser como el joven rico que prefirió los bienes del mundo antes que el Sumo Bien, que es DIOS MISMO. Mientras rezo con esta Palabra no dejan de resonar en mi corazón las palabras del Santo Cardenal Newman que luego tomaría la Santa Madre Teresa de Calcuta: «Quien me vea a mí, que te vea a Ti». Dirá el mismo Jesucristo: «Quien me ha visto a Mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9). Por tanto, el Señor nos concede la misión de mostrar al Padre, porque si quien nos vea está llamado a ver a Cristo en nosotros, si ve a Cristo, verá al Padre. ¿Y somos nosotros conscientes de semejante misión? ¡Qué gran magnanimidad la del Padre para llamarnos a nosotros a semejante Gracia! Por eso, seguir a Cristo no es un juego, un hobby. ¡HAY MUCHO EN JUEGO! 



¿Quién nos ve hoy, a quién ve? ¿Ve a Cristo? ¿Ve las entrañas de misericordia del Padre? ¿O ve a un pagano con barniz o fachada de cristiano? Nos dirá Jesucristo hoy: «Lo que habéis recibido Gratis, dadlo Gratis» (Mt 10,8). Es como tener el antídoto para el SIDA, el COVID, o cualquier otro virus letal, y no compartirlo. «Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Co 5,14-15). 

Por tanto, demos gracias al Señor por la gran misión que nos encomienda como miembros de su Iglesia, de mostrar el amor del Padre, no sólo el amor del Padre: MOSTRAR A CRISTO PARA QUE VIENDO A CRISTO EN NOSOTROS, ESTE MUNDO VEA AL PADRE. «Y por ello, también nosotros, teniendo en torno nuestro a tan gran nube de testigos, sacudámonos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios (Hb 12, 1-2). CRISTO NOS QUIERE PARA ÉL. ¿QUÉ HACEMOS PERDIENDO EL TIEMPO? Feliz domingo.







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