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Austeridad y penitencia
Unas espinacas bien servidas te pueden cambiar el día. La austeridad y la penitencia, bien vividas y entendidas te pueden cambiar la vida.


Por: Santiago Giraldo, L.C. | Fuente: Gama - Virtudes y Valores



 

 

 

 

De pequeño, nunca me gustaron las espinacas. No se me borra el recuerdo angustiante de ver llegar a mi padre con aquellas hierbas verdes y marchitas y exclamar con júbilo: ¡para que seas fuerte como Popeye!

Años después me sirvieron una especie de ensalada de espinaca que llevaba pistachos, pasas, aceite, algo de sal y manzana picada. ¡Qué delicia de espinacas! Esto me hizo reflexionar en que las cosas pueden cambiar de apariencia dependiendo de cómo se presenten.

Hemos entrado en el período litúrgico de la Cuaresma con la imposición de las cenizas. Para los cristianos este tiempo tiene muchos significados, significados no muy agradables desde el punto de vista humano, pero sí muy provechosos para el alma que quiere acercarse más a Cristo. Podemos reflexionar en dos temas que no resultan muy simpáticos a nuestra naturaleza, pero que presentados de una manera diferente pueden ser tomados con gusto y agrado.

El primero es la austeridad. Austeridad es vivir con sencillez y sobriedad la vida diaria. No se trata de una austeridad vivida en la tristeza, sino una austeridad vivida por amor. Cuando se vive por amor se es feliz, porque la austeridad nos lleva a desprendernos de nosotros mismos para entregarnos a los demás.

La austeridad fue una constante en la vida de Cristo. En (Lc 8,20) se nos narra cómo un hombre exclama con grande efusión: “Maestro, te seguiré a donde fueres”. La respuesta de Cristo es tajante: “Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”.

Cristo no contó con medios sofisticados para proclamar su mensaje, sin embargo sus palabras han llegado a millones de corazones a través de los siglos.

Los hombres de hoy también podemos asemejarnos a Cristo a través de la austeridad. No se trata de no tener almohadas en donde reclinar la cabeza. Se trata de vivir con normalidad pero con austeridad el día a día. Algunos medios concretos podrían ser: preferir sentarme en una silla dura en vez de un sillón amueblado y cómodo; viajar en transporte público en vez de usar mi propio coche; vestir de una manera sencilla y digna en vez de con ropa cara y vistosa; no querer aparentar el último bolso, celular, Ipod, o cualquier objeto lujoso. Pero lo más importante es hacer todo esto con convicción y por amor a Aquél que nos lo enseñó.

El segundo tema es la penitencia. La penitencia se puede interpretar de muchas maneras y ninguna se excluye en la Cuaresma. La penitencia como sacramento es la acción por la cual confesamos nuestros pecados al sacerdote. También nos referimos a la penitencia como la tarea o el propósito de reparar nuestras faltas, y puede ser espiritual o física.

Podríamos caer en el engaño de pensar en la penitencia como algo imposible. A lo mejor nos puede venir la imagen de personas santas que se someten a duras pruebas de la carne para tensar el espíritu: flagelación, cilicio, ayuno absoluto. Como cristianos no debemos olvidar los méritos de quienes practican este tipo de penitencia. Quizá nosotros no lleguemos a este grado, pero sí hay otras maneras que en pleno siglo XXI pueden ser más costosas que las pruebas a la carne.

La penitencia más común es la del ayuno y abstinencia. Abstinencia de comer carne los viernes de Cuaresma. Pero ¿no es muy poco en comparación con todo lo que Cristo hizo por nosotros? ¿Acaso se llama a la novia o se ve la tele una vez a la semana? Entonces, ¡qué buena penitencia sería imponernos la restricción de aquellos medios que solemos utilizar! ¿Nos animaríamos a no navegar por Internet, a no usar el celular, a no utilizar la computadora por un solo día? ¡Qué difícil! Pues esto le agradaría más a Cristo que cualquier otra penitencia rebuscada. Pero hay que recordar que si no se hace por amor, si no se hace con un sentido de reparación, ¡mejor ni intentarlo!

En la homilía que el Papa Benedicto XVI pronunció el miércoles de ceniza de 2009, remarcaba la importancia de vivir la Cuaresma practicando estas dos virtudes. Decía el Papa: “La Cuaresma, que se caracteriza por una escucha más frecuente de esta Palabra, por una oración más intensa, por un estilo de vida austero y penitencial, ha de ser estímulo a la conversión y al amor sincero a los hermanos, especialmente a los más pobres y necesitados”.

Vale la pena recordar que unas espinacas bien servidas y preparadas pueden cambiar el día. La austeridad y penitencia, bien vividas y entendidas, pueden cambiar la vida. No dudemos, por tanto, en ofrecerle a Cristo en esta Cuaresma pequeños actos de austeridad y penitencia que aliviarán sus sufrimientos y que fortificarán nuestra propia alma. Y así, después de una Cuaresma intensa y bien vivida, podamos exclamar con júbilo, ¡qué delicia! ¡Cristo ha resucitado y ha cambiado mi vida!



 

 

 

 

 



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