Apostolado a mi medida
Por: Salvador I. Reding Vidaña | Fuente: Catholic.net
Como miembros de la iglesia, tenemos obligación de vida de ser apóstoles, de llevar la palabra de Dios a nuestro entorno, a nuestra familia y, si tenemos los medios de hacerlo, mucho más lejos, por conducto de redes sociales o medios de comunicación, por la academia, por la prédica. Pero muy pocos somos comunicadores formales y profesionales o maestros, con espacio disponible para hacer nuestro apostolado con estas digamos herramientas.
Muchas veces, cuando somos católicos sencillos, como se dice “de a pie”, nos preguntamos: “sí, entiendo y me comprometo, pero ¿qué puedo hacer yo?” La verdad, mucho, pues el resultado de nuestros esfuerzos apostólicos no depende de nosotros sino del Señor, quien llega a los corazones de las personas para llevarlos a Él. Esto es lo importante, Dios es quien da valor a nuestros actos de apostolado, independientemente de su tamaño y alcance.
Muchos de los actos de apostolado de quienes son reconocidos como santos, son pequeñas obras, muchas de ellas con personas cercanas y alcance limitado. Los grandes predicadores, los grandes movilizadores de multitudes son unos cuantos, y, aparte de esas importantes acciones que el Señor los lleva a hacer, su vida diaria estará llena de pequeños actos a los que Él les da valor. Pensemos por ejemplo en una patrona de misiones, Teresita del Niño Jesús… encerrada en un convento de clausura, escribió y murió muy jovencita, pero su obra para el Señor fue grandiosa. Ha llevado a muchas almas a creer, a vivir cristianamente, a arrepentirse y más. Nada que se parezca al gran predicador Francisco de Sales, por ejemplo.
Pero primero que nada pensemos en el apostolado más efectivo, que no es el de las palabras sino de los hechos. Como nos dijo el Maestro Jesús: por nuestros hechos nos reconocerá el mundo como Suyos. Es el ejemplo el mayor de los apostolados, el más eficiente. Podemos predicar a grandes voces a donde sea, y los oyentes nos pueden ignorar o hasta tildar de locos, si nuestra conducta no es congruente con lo que decimos creer y seguir.
Así pues, una vida de auténtico cristianismo es el mejor de los apostolados. Y éste está al alcance de todos, hasta del más humilde, sencillo seguidor del Maestro. De hecho, si revisamos la vida de muchos de los santos, vemos que su vida fue sencilla, pero ejemplar. Que sus actos fueron por los que el Señor nos dará la vida eterna a su lado tras el juicio final, cuando aparte las ovejas de los carneros, los malvados y los indiferentes. Y los motivos serán las obras de misericordia hechas en vida, que hacemos a otros, y que Jesús los considera como hechos a Él.
Cosas tan sencillas como el dar un buen consejo a quien lo necesita (aunque no sepa que lo necesita). Una pequeña o grande muestra de afecto a quien está triste o se siente abandonado. Una simple sonrisa que demuestra que “me intereso por ti, por tu persona, por tu espíritu, tu corazón”. Un apoyo a quien sufre la pérdida de un ser amado, de consolación. Un poco de comida o bebida a quien está hambriento o sediento, son muestras de ser seguidores de Jesús. Y Él moverá los corazones, según su voluntad. Hasta un simple vaso de agua, nos dijo, no quedará sin recompensa, y ésta no solo consiste en la que se recibirá en el cielo, sino en que resultará buena para el alma de quien lo recibe.
Apostolado es educar y orientar a nuestra familia y a todos nuestros cercanos sobre la enseñanza del Señor, de su amor por nosotros y su deseo de que llevemos al cielo un gran ramillete de buenas obras, por medio de lo bueno que hacemos a nuestro prójimo. Apostolado es hablar de la palabra del Señor en cada ocasión pertinente a nuestros cercanos y a quien sea que nos encontremos en el camino de la vida diaria. Pero para lograrlo roguemos al Espíritu Santo.
Pero hay una forma de apostolado muy, muy especial, y es orar por quienes necesitan del Señor. La oración es bendecida y recompensada por Él. Y hará que Su palabra le llegue de forma que nos será desconocida quizás. Santa Mónica oró y oró, y volvió a orar por la conversión de su hijo Agustín, quien así lo reconoció en vida y se convirtió, por gracia de Dios, en uno de los grandes doctores de la Iglesia. ¿Predicó Santa Mónica en las plazas o en los púlpitos como apostolado? No, eso lo hizo su hijo San Agustín.
Cada vez que hagamos una pequeña obra de misericordia haremos apostolado. Y Dios hará el resto a Su manera. No nos preocupemos por ser personas sencillas y con pocos medios para convertirnos en grandes predicadores y mediadores para realizar auténticos milagros, como sanar enfermos instantáneamente y mover multitudes de almas. Hagamos lo que está a nuestro alcance para llevar en actos y en palabras el cristianismo que nos pide Dios a nuestra familia, a nuestros cercanos. Insistiendo, la vida de los santos, los elevados a los altares y los desconocidos, se hizo y se hace en pequeñas obras en nombre de Jesús. Así también podemos nosotros ser los apóstoles de la vida diaria que Él nos pide, Él nos dará los medios, y hasta las palabras para orientar, aconsejar o consolar a otros.
--
Amigos: ¡síganme en Twitter! en @siredingv