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«Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo"» (Jn 20, 22)
Reflexión del domingo de Pentecostés - Ciclo A.


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



Celebramos hoy el domingo de Pentecostés, día con el que la Iglesia da fin al tiempo litúrgico de Pascua y en el que celebramos el enorme don que hace Dios a la Iglesia del Espíritu Santo, porque es el Espíritu Santo el que origina la Iglesia, la sostiene, la defiende, la une y la fortifica en su misión evangelizadora. 

Porque la gran misión que tiene la Iglesia es la de anunciar el Amor de Dios manifestado en su Hijo Jesucristo: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros» (1 Jn 4,9-11); «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,19-20). Y para esa misión el Señor nos envía su Espíritu Santo: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8).

Lo primero que me inspira el Señor en el día de hoy es el darle las gracias por tantos dones que nos concede gratuitamente, pero sobre todo por el don de Sí mismo: «Y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5). Porque es a través del Espíritu Santo, al igual que le sucedió a la Virgen María (Lc 1,35), la forma en la que Dios nos ha revelado a Jesucristo, y nos ha llamado a ser Hijos de Dios con Él: «En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados» (Rm 8,14-17).

Por tanto, es este un día para estar alegres y contentos, porque al advertir uno la propia debilidad y el pecado, ante el mensaje acusador y hostigador que presenta el maligno, el Señor nos envía un defensor: «Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26). Y algo que nos recuerda el Señor hoy es lo siguiente: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Porque la verdad es que necesitamos del Señor, necesitamos de su Espíritu Santo, porque tal y como dice el libro de la Sabiduría: «Dame la sabiduría asistente de tu trono y no me excluyas del número de tus siervos, porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva, hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes. Pues, aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, sin la sabiduría, que procede de ti, será estimado en nada» (Sb 9,4-6); y como dirá la misma secuencia de Pentecostés: «Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro, mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento». Necesitamos del Señor y Él se nos dona gratuitamente. No estamos solos porque lo tenemos a Él y con su Espíritu Santo, el Señor nos ha unido a su pueblo, a la Iglesia.

Porque si hay otra Palabra que el Señor nos revela hoy es la palabra «Comunión», que es obra del Espíritu Santo. Me duele muchas veces cuando se nombra al Espíritu Santo como el “desconocido”, cuando es Alguien que se palpa en la Iglesia constantemente. 



Ya lo decimos en el Credo: «Creo en el Espíritu Santo: la Santa Iglesia Católica, la Comunión de los Santos, el Perdón de los pecados, la Resurrección de la carne y la Vida Eterna. Amén» (Credo Apostólico). El Espíritu Santo, además de los dones y los frutos que concede gratuitamente a quién los pide con fe y rectitud, actúa produciendo la Santificación, la Comunión, el Perdón y la Resurrección. 

Y nos sirve de ayuda hoy el ver cuántas veces, cuando, presa de la soberbia, hacemos caso al maligno, que nos insinúa que cada uno es Dios de sí mismo, que está muy bien hacer tu propia voluntad, que todo el mundo te debe adorar, que no se te puede contrariar lo más mínimo, es decir, vivir inserto en el egocentrismo, y, al hacerle caso, caemos presa de la muerte y nos quedamos en estado de confusión y de descomunión, tanto con uno mismo como con los demás, tal y como se proclama en la Vigilia de Pentecostés en la primera lectura: «He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Ea, pues, bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo.» Y desde aquel punto los desperdigó Dios por toda la faz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por eso se la llamó Babel; porque allí embrolló Dios el lenguaje de todo el mundo, y desde allí los desperdigó Dios por toda la faz de la tierra» (Gn 11,6-9). 

Sin embargo, tal y como se ha proclamado en la segunda lectura, el Espíritu Santo crea y produce la comunión, con uno mismo y con los demás: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1 Co 12,4.7.13). 

Es una maravilla el poder experimentar la comunión con personas de diversos niveles culturales, sociales; con diferentes edades, sexos, estados civiles, etc. Dios da la comunión con el Espíritu Santo. Y qué decir de la comunión con los miembros de otros movimientos y realidades eclesiales. Qué alegría pertenecer a esta familia, que es la Iglesia, conducida y sostenida por el Espíritu Santo.

Por ello, hoy es un día para dar gracias al Señor por todo lo que nos da gratuitamente, pero sobre todo, por dársenos Él mismo y haber podido experimentar su gran amor y misericordia. Feliz domingo de Pentecostés.









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