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Dios con nosotros, Dios con ustedes, Dios con todos
Cristo Jesús Señor de la Historia y del universo, y glorioso es entronizado por su Ascensión a la derecha del Padre.


Por: P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC | Fuente: El Observador de la actualidad



Jesús, el Hijo del Padre, sale de él, y vine al mundo; de nuevo deja el mundo y regresa al Padre ( cf Jn 16, 28). Esa es su pascua, contemplada, diríamos, en circularidad. Visualizamos el misterio de la encarnación, ‘ Y la Palabra, se hizo carne y puso su Morada  entre nosotros’ (Jn 1, 14).

Jesús está con nosotros, cuando dos o más estamos reunidos en su nombre, él está en medio de nosotros; en medio de nosotros está Jesús vivo y resucitado, dando fuerza y vivificando. Él está cuando ayudamos al necesitado. Él está presente en la Eucaristía, alimentando nuestra fe, sosteniendo nuestra esperanza y ofertando el fuego de la caridad. Está con los pobres como su signo real y presencial. Estará con nosotros hasta el fin de la historia (cf Mt 28, 20).

Pero su dinamismo y misión los entrega a la Iglesia, por mandato y por la comunicación de su potestad, el Espíritu Santo. ‘Como el Padre me envió así yo los envío a ustedes’ (Jn 20, 21). Cristo Jesús el enviado del Padre, envía a la Iglesia para que continúe su misión y realice su obra de salvación por medio de la Evangelización; Evangelización que es tarea eclesial y de todos los bautizados.

‘La Iglesia ha nacido con este fin: propagar el reino de Cristo en toda la tierra para la gloria de Dios Padre, y hacer así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora y por medio de ellos ordenar realmente el universo hacia Cristo’ (Apostólicam Actuositatem 2).

Jesús resucitado que asciende al Padre, ha recibido toda su autoridad, con pleno poder en el cielo y en la tierra, para que sus discípulos-misioneros ‘vayan y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado’, dice Jesús (Mt 28, 16-20).



Se trata de anunciar a Jesús, Resucitado; proclamar su Evangelio de Comunión con Dios y con los hermanos, ‘amarlos como él’; de hacer discípulos que se identifiquen con Jesús; de formar comunidades bajo el signo del Resucitado.

Pero hay que realizar el signo de la comunión con él, con el Padre y el Espíritu Santo, mediante el sacramento del bautismo: ser sumergidos en el agua por el poder del Espíritu Santo mediante la potestad de la Iglesia, para ser sumergidos en el misterio mismo de Dios y pertenecer al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, principio sobrenatural de la comunión real con el Dios vivo. Así seguir los pasos de Jesús como hijos en el Hijo de Dios Padre, dóciles al dinamismo de amor del Espíritu Santo.

Por el bautismo se inicia nuestra relación con el Padre, fuente de todo amor, que ama desde el principio y para siempre. Somos ‘engendrados’ por el Padre; él nos capacita para amar como él, en este amor paternal-maternal.

Por el Hijo recibimos el amor del Padre: es el camino y la puerta del amor del Padre. En él, por él y con él recibimos amor y damos amor, en plena comunión, como su Cuerpo místico y realísimo.

En el Espíritu Santo, vínculo de la perfecta unidad, realiza nuestra comunión con el Padre y con el Hijo; más bien él es la Comunión de amor con ellos y en ellos y procede de ellos.



‘El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado’ (Rm 5,5).

Entonces Dios está con nosotros; pero por medio de nosotros ha de alcanzar a todos por la presencia del Resucitado; nunca terminamos de ser discípulos y misioneros.

Cristo Jesús Señor de la Historia y del universo, y glorioso es entronizado por su Ascensión a la derecha del Padre. Por la gracia del Espíritu Santo extiende su acción hasta los confines del mundo y de la historia. En el Espíritu Santo como Iglesia, hemos de buscar a los ‘muchos’, a todos, hasta que Dios esté todo en todos.







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