¡Imitemos a san Isidro!
Por: Lila Ortega Trápaga | Fuente: Semanario Alégrate

San Isidro labrador, hombre humilde, gran esposo, empleado responsable, santo varón, que supo vivir en paz, con alegría y entregado a la oración, obteniendo en esta vida el ciento por uno y la vida eterna, para él y su familia. Qué gran hombre fue san Isidro, qué linda aspiración para aquellos varones que aspiran al cielo y temen perder su alegría si se deciden a seguir a Dios.
Madrileño, patrono de los agricultores, quedó huérfano en su juventud por lo que tuvo que trabajar desde muy joven y el sustento lo encontró labrando el campo. Refugiado en Torrelaguna ante la invasión del rey de Marruecos, encontró su vocación al matrimonio enamorándose de María, quien como dote, recibió terreno para sembrar. La esposa de Isidro tardó en enamorarse de Dios, pues no le venía de cuna la devoción, pero como buena enamorada, amó lo que su esposo más amaba, a Dios. Así sortearon injurias, tentaciones y malos tiempos.
Tiempo después, por causas desconocidas, se sabe que Isidro volvió a Madrid y comenzó a trabajar por jornada, y se fue a vivir con su familia junto a la iglesia de san Andrés, donde asistía a Misa del alba todos los días, para luego ir a trabajar; se cuenta que todo lo que poseía lo repartía a indigentes, y el pan del que se debía alimentar, se lo daba a las palomas. Se dice que oraba a tiempo y destiempo, y sus compañeros, queriendo causarle mal, lo acusaron con el dueño de las tierras, que rezaba por pereza, pero al vigilarlo, vieron con asombro que mientras Isidro oraba extasiado, ángeles araban la tierra por él.
Que san Isidro nos permita recordar que la familia santifica si se ama con fidelidad y responsabilidad, el trabajo santifica si se ofrece para dignificarnos y a nuestra familia, con el deseo siempre de ayudar a quién menos tiene, y la oración aligera la carga para santificarnos. Frecuentemos los sacramentos, a diario si nos es posible, y oremos a tiempo y destiempo, para que el Señor envíe a sus ángeles a darnos la paz que necesitamos en el mundo.
Que jamás olvidemos, como san Isidro, que antes del Yo, está Dios. Y Dios nos recompensará.