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Dos promesas divinas
Comentario al Evangelio de Juan 14, 15-21.


Por: Pbro. Joaquín Dauzón Montero | Fuente: Semanario Alégrate



1. El texto que la liturgia de este día nos propone es muy breve, tiene apenas 6 versículos. No fijaremos en una forma literaria que en la biblia se llama: inclusión. Esto significa que hay una afirmación que se repite al principio y al fin y esta es la siguiente: “si me aman, cumplirán mis mandamientos” y “quien cumple mis mandamientos ese me ama”. Hay que fijarse en dos promesas que hace Jesús.

2. La primera promesa es la del don del Espíritu de verdad. El Señor promete interceder ante el Padre, para que esté con ellos y no se sientan desamparados en el mundo. El cumplimiento de esta promesa depende del amor y hay que tomarlo en serio. Entre paréntesis y a propósito, la Iglesia cree en la biblia, palabra escrita, pero también en su tradición, porque el espíritu Santo prometido les irá descubriendo la verdad de la revelación en Jesucristo, después de su resurrección. Podemos leer el versículo 26 de este mismo capítulo y veremos que ese el papel principal del Espíritu santo en la comunidad de los creyentes.

3. La segunda promesa tiene una doble vertiente: una consiste en la seguridad de ser amado por el Padre y el Hijo, y otra la seguridad de la manifestación personal de Jesús a la comunidad como tal y de cada uno de sus miembros. Otra vez, todo depende del cumplimiento de la palabra del Señor, única forma de corroborar el amor verdadero. Recordemos que a Jesús encarnado entre los hombres se le atribuye la frase que dice : “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad” del salmo 40(39) en los versículos 8 y 9.

4. Muchos de nosotros pudiéramos creer intelectualmente en el Señor, pero no con el corazón y, a lo mejor, estamos lejos de que realmente se nos manifieste Jesús como él quiere hacerlo. Creemos, sí, pero no nos disponemos a hacer su voluntad que supone renuncia, sacrificio, aceptar la cruz. El Papa Francisco habla mucho de la mundanidad espiritual como característica del cristiano en el mundo de hoy. El evangelio nos anima con sus promesas divinas, pero también nos pone en crisis, es decir, nos mueve hasta lo más profundo de nuestro ser y ojalá cambiáramos nuestra manera de pensar, cuando se trata de nuestra fe, misma que debe manifestarse en obras. Que Dios nos conceda ser una valiosa gotita de agua en el mar infinito de su amor misericordioso.







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