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«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos»
Reflexión del domingo VI de Pascua - Ciclo A


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros» (Jn 14,15-17).

Continuamos celebrando el tiempo litúrgico de la Pascua en el día de hoy, domingo en el que recibimos la promesa del Señor de enviarnos el Espíritu Santo, viviendo ya los prolegómenos de la Fiesta de Pentecostés, que celebraremos próximamente y con la que daremos fin a este tiempo Pascual.

El Señor expresa hoy de forma explícita que necesitamos un Paráclito, un Defensor, y si necesitamos a alguien que nos defienda es porque seremos objeto de ataques por parte de los enemigos. Así, por una parte, el Señor expone un enemigo que nos atacará sin piedad de la misma forma con que le atacó a Él: El mundo: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán» (Jn 15,18-20). Pero el Señor no nos deja solos en este combate que mantendremos durante toda nuestra existencia. Tal y como nos dice en el pasaje del Evangelio de hoy: «No os dejaré huérfanos» (Jn 14,18); o como dirá al final del Evangelio de San Mateo: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

Así, el Señor nos hace hoy una llamada seria a decidir a quién servir: «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero» (Mt 6,24); «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo» (1 Jn 2,15-16).

Muchas veces uno va por la vida con miedo a la persecución, huyendo de las burlas, desprecios, buscando ser aceptado, y hoy el Señor muestra que se trata de un combate serio con dos bandos muy bien definidos y que no se pueden hacer cambalaches: «El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12,30). Así, dice el Señor: «Circuncidad el prepucio de vuestro corazón y no endurezcáis más vuestra cerviz, porque el Señor vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, poderoso y temible» (Dt 10,16-17). 



Seguir a Cristo es incompatible con amar al mundo, enemigo del Padre. El Señor pide hoy fidelidad a Él, algo que lleva implícita la persecución y el odio del mundo, porque el mundo odia a Dios y a lo que es de Dios: «La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron» (Jn 1,9-11). Pero el Señor nos promete un Defensor ante los ataques del enemigo, que pondrá las palabras en nuestra boca, por lo que nos invita a no tener miedo: «Y cuando os lleven para entregaros, no os preocupéis de qué vais a hablar; sino hablad lo que se os comunique en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo. Y entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará» (Mc 13,11-13).

Pero además de estos ataques del mundo, también los cristianos somos objeto de ataques del maligno expresados ya en su nombre Satanás, que significa acusador: «Pues echaron al acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche ante nuestro Dios» (Ap 12,10), del que nos defiende el Espíritu Santo, que nos une a Cristo: «Ellos lo vencieron con la sangre del Cordero y con su palabra y con su testimonio, pues hablaron sin tener miedo a la muerte» (Ap 12,11).

Por tanto, hoy el Señor vuelve a hacer hincapié en algo que nos va repitiendo en todo este tiempo de Pascua: «Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas» (Flp 3,20-21); «Queridos, os exhorto a que, como extranjeros y forasteros, os abstengáis de las apetencias carnales que combaten contra el alma» (1 Pe 2,11). Feliz domingo.







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