Menu


«Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo»
Reflexión del domingo IV de Pascua - Ciclo A


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Entonces Jesús les dijo de nuevo: “Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”» (Jn 10,9-10). 

Celebramos hoy el domingo IV de Pascua, más conocido ya como el «domingo del Buen Pastor», en el que el Señor nos regala una Palabra consoladora y de esperanza, en la que, al igual que el domingo pasado, el Señor nos muestra que, tal y como dirá Él mismo en un pasaje del Evangelio: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

Frente a la cultura de muerte, tal y como la denominó nuestro querido San Juan Pablo II, en la que nos encontramos inmersos, el Señor nos regala hoy una palabra de esperanza, una palabra de vida. Una de las realidades más tristes que está caracterizando a nuestra sociedad occidental es que millones de personas viven en absoluta soledad. En la época de las amplias conexiones a través de las nuevas tecnologías es cuando el ser humano se encuentra más solo que nunca, acompañado sólo del estrés, de la ansiedad, la depresión y el vacío. Pero hoy el Señor nos vuelve a manifestar la magnanimidad de su amor con esta Palabra de esperanza tan cierta como la vida misma: «El Señor es mi pastor, nada me falta. Hacia las aguas de la vida me conduce» (Sal 22,1-2). El Señor nos conduce hacia la vida, tal y como nos decía la semana pasada, por el sendero de la Vida, que es Él mismo y Crucificado: «Me enseñarás el camino de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha» (Sal 15,11). 

Dirá el mismo Jesucristo antes de ascender al cielo: «He aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). NO ESTAMOS SOLOS EN ESTA VIDA SI LE PERMITIMOS AL SEÑOR QUE GUÍE NUESTRA EXISTENCIA HACIA LA COMUNIÓN CON LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN EL CIELO, PREGUSTÁNDOLE YA UN POCO EN LA CRUZ DE CRISTO Y CON CRISTO. Frente al engaño del maligno, que nos nubla el cielo, que nos presenta una especie de eclipse de Dios, que nos invita a bajar la cabeza al suelo a contemplar la miseria nuestra y de los demás, el Señor nos invita hoy a mirar al Cielo, esas aguas de la vida a las que nos conduce, por el sendero estrecho de la Cruz, pero con Él, con María y la Iglesia. Porque amar a Cristo implica estar UNIDOS A SOLAS CON ÉL, y estar con Él es la mejor compañía. 

«La voluntad de Dios es vuestra santificación» (I Tes 4,3). Y ese es el camino por el que el Señor nos conduce hacia la Vida Eterna: «Yo he venido para que tengan Vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,9-10). Así, el Señor también se manifiesta hoy como la Puerta del Cielo (Jn 10,9), haciendo resonar en mi corazón sus palabras del Sermón de la montaña: «Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y poco son los que lo encuentran» (Mt 7,13-14). 



Así, nos llama el Señor a estar vigilantes y a seguirle por la puerta estrecha, aunque no sea tan agradable como lo que insinúa el maligno, el ladrón del que habla el pasaje del Evangelio de hoy, que nos presenta una vida cómoda, instalada, pero que termina en la muerte: «El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir» (Jn 10,10), mientras que el Señor habla siempre claramente instándonos a ser UNO CON Él en la cruz cotidiana: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?»  (Mt 16,24-26). Porque el Señor nunca nos deja solos con la Cruz: «Aunque camine por valle oscuro, no temeré, porque tú vas conmigo» (Sal 22,4); «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?» (Sal 26,1).

Por tanto, es importante estar vigilantes ante las tentaciones continuas del maligno, que presenta el camino fácil, cómodo, placentero y egoísta, que luego termina en la muerte: «El salario del pecado es la muerte» (Rm 6,23), y estar unidos a Cristo profundizando en la intimidad con Él a través de la oración, la escucha de su Palabra, los sacramentos, especialmente el de la Eucaristía, sabiendo que «si nos hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante» (Rm 6,5), y con el deseo sincero de poder recitar con nuestra boca y con nuestra existencia el versículo del salmo responsorial de hoy: «Yo viviré en tu casa eternamente» (Sal 22,6); o como rezamos también en otro salmo: «Una cosa pido al Señor, eso sólo estoy buscando: morar en la Casa del Señor todos los días de mi vida» (Sal 26,4). 

Así, cuando en la liturgia eucarística el Presidente nos invite a levantar el corazón, respondamos con fe y con verdad: «Lo tenemos levantado hacia el Señor». Y si nos encontramos con el corazón impregnado de las cosas del mundo, de nuestro ego, de lo que no es Dios, humildemente pidamos al Señor la Gracia de la Conversión, de desear estar con Él, porque en la Eucaristía el mismo Señor pasa: «¡ES LA PASCUA!», y pasa para conducirnos con Él al Cielo; pero «SI LA EUCARISTÍA ES EL CIELO!» Levantemos el corazón y dejémonos guiar por tan dulce, sabio y amoroso pastor, que, aunque haya veces que por amor a nosotros, nos envíe el perro para que no nos perdamos, nos trata generalmente con gran ternura y dulzura, como no nos merecemos por nuestros pecados. ¡Feliz domingo! ¡Aleluya!







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |