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Sursum Corda

Superar una visión trivial para desenmascarar las tentaciones modernas
¡Qué importante es desenmascarar la tentación!


Por: Pbro. José Juan Sánchez Jácome | Fuente: Semanario Alégrate



A nivel sociológico las tendencias suelen desdramatizar las cosas y hacer “normal” lo que de suyo puede ser grave. Nos cuesta reparar en la peligrosidad y gravedad de muchas situaciones porque las comenzamos a ver como si se tratara de lo nuevo, de tendencias actuales. Pensamos que los tiempos han evolucionado por lo que tenemos que acostumbrarnos y aceptar sin ningún reparo los nuevos escenarios, las tendencias que caracterizan la modernidad.

De esta forma, vamos relativizando situaciones y conductas que llegan a provocar mayor desorden e injusticias, por lo que desde el lenguaje se quita toda la profundidad espiritual que tienen. Se trivializan situaciones que de suyo son graves, por lo que también tiende a desdramatizarse la realidad del pecado.

Por eso, se habla menos de pecado y de tentación, o en el mejor de los casos se les ve como conceptos piadosos, inofensivos que se quedan en la religiosidad de las personas.

Ahora en vez de hablar de pecado se habla de oportunidades de crecimiento, o también de posibilidades de superación psicológica. En vez de hablar de tentaciones se habla de tendencias e incluso cuando se permite este concepto se mantiene una idea fresa del mismo. Pensamos que las tentaciones consisten en comer de más, hablar de más, mirar de más, pensar de más, oír de más.

Y mientras nos entretenemos en estas consideraciones, el tentador nos ataca por donde menos nos imaginamos. Su estrategia es sutil y refinada porque mientras nos confunde con este concepto inofensivo, ataca las mismas bases de nuestra fe y los fundamentos de la vida espiritual.



Hace falta superar esta visión light que tenemos de las tentaciones para llegar a visualizar los frentes de ataque que más le interesan al demonio y en los que regularmente no nos cubrimos ni nos defendemos. Quisiera compartir, para este propósito, la reflexión de Mons. José Ignacio Munilla, donde señala las tentaciones modernas.

1. Creer que las dificultades son todopoderosas

Ver todo negro, pensar que estamos perdidos, que la vida es así y que no hay remedio a nuestros males. El que cree que las dificultades son todopoderosas está siendo tentado contra la fe. Es como si rezara un anti-credo: “Creo en las dificultades todopoderosas destructoras del cielo y de la tierra…” y se olvida que el Todopoderoso es Dios.

2. Pretender ser Dios

La tentación de saberlo todo, tenerlo todo, poderlo todo. No tomarnos la molestia de investigar conforme a la naturaleza de las cosas, no conforme a mi método o mi manera parcial y justificadora de ver la vida. La primera tentación está más en la desesperación y la segunda en la presunción. La presunción es la tentación de no necesitar de Dios para hacer el bien, creer que sin Dios y la gracia es posible construir la felicidad.



3. Demonizar a nuestro prójimo

Pensar que el enemigo principal está fuera de mí, siendo que lo tenemos dentro de nosotros. El problema no es que un barco esté rodeado de agua, sino que tenga un agujero y el agua le entre; el problema es tuyo no del agua que te rodea. Una tentación típica es olvidarte que la frontera entre el bien y el mal no está fuera de ti, sino que pasa por tu corazón.

Puede ser que alguien me haya hecho daño, se haya portado de manera malvada, salvaje, miserable. Pero lo que yo pruebo también es preocupante, el odio que genera debe preocuparme, porque aunque no actúe como él, sí permito que el mal me contamine como a él. El problema no es sentirlo, es difícil no sentirlo. El problema es cuando ese odio se enquista, se queda y comienza a gobernarme.

«El problema del mal que nos hacen no es el dolor que nos causa, sino que ese dolor nos pueda endurecer el alma». El alma herida puede volverse mala, puede alejarse del amor para siempre, puede acostumbrarse a vivir siempre con sed, llena de desprecio, herida y moribunda. La persona herida en el amor sabe que la vida es difícil y puede perder la ilusión por soñar un mundo mejor. Es fundamental no dejarse contaminar con las ofensas, no quedarse en la misma lógica de la maldad.

4. Olvidarnos de la existencia del demonio

Cuando nos olvidamos de la existencia del demonio se acarrean rencores contra el prójimo porque le estamos achacando un nivel de maldad que no tiene. Debemos reconocer que la fuente de la tentación está en la estrategia de Satanás y no en el prójimo que yo pienso.

5. Confundir lo normal y lo corriente

El nivel moral de muchas personas no está en la santidad sino en decir que queremos ser una persona normal. Confundimos normalidad con lo que la mayoría de los demás está viviendo y así la mediocridad reinante se juzga como normal.

No debemos confundir nunca lo normal y lo corriente. Es corriente que muchos beban más de lo debido pero eso no es normal sino corriente. Hay cosas que son normales -que una familia rece unida, por ejemplo-, pero eso no es corriente. Distinguir ambos conceptos es clave para enfrentar la tentación. Nuestro punto de referencia no es el sociológico, sino los santos que son normales, pero no corrientes.

6. Disfrazar la tentación de componendas intermedias

No nos suele tentar al mal bajo el rostro del mal (no es tonto para hacerlo), sino tentar al mal bajo el rostro del bien. Por lo tanto, darnos cuenta que la tibieza y la mediocridad son la estrategia principal del tentador

Tenemos falta de reacción frente a muchas cosas que pasan a nuestro alrededor. Claudicamos o nos conformamos con lo mínimo pensando que hay cosas que no se pueden alcanzar, que no se pueden vivir o que ya no son para estos tiempos (el matrimonio para toda la vida, la castidad, la honradez, etc.).

Se predica una moral de prudencia contraponiéndola a la moral del heroísmo. Entre la soberbia y la humildad se mantiene un orgullo digno; entre la avaricia y la generosidad una sana ambición; entre la lujuria y la castidad una naturalidad sensual; entre la ira y la paciencia un carácter espontaneo; entre la gula y la templanza el gusto propio; entre la envidia y caridad un egoísmo controlado; entre la pereza y la diligencia una comodidad moderada.

¡Qué importante es desenmascarar la tentación! En el Padre Nuestro decimos: “No nos dejes caer en la tentación…” También estamos pidiendo luz para percibirla, luz para desenmascararla.







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