«Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1)
Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net

Celebramos hoy el primer domingo del importantísimo Tiempo de Cuaresma, domingo en el que el Señor viene con una Palabra de salvación y de esperanza, ya que nos muestra la victoria de Cristo sobre el maligno en el combate que se establece entre ambos en el desierto, y nos revela con ello que UNIDOS A CRISTO también saldremos victoriosos en nuestro combate contra el maligno.
En el pasaje de las tentaciones del maligno sobre Jesucristo se nos presenta hoy la esperanza y la certeza de que unidos a Él se puede vencer en el combate. Lo importante es que en el combate estemos en el bando correcto. En todo combate hay dos bandos bien definidos y no se puede estar en los dos bandos al mismo tiempo. «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro» (Mt 6,24). Por ello hoy el Señor nos invita a definirnos, a preguntarnos en qué bando nos encontramos, quién es nuestro aliado, quién es nuestro enemigo. Porque podemos estar unidos a Cristo para vencer al maligno o podemos estar aliados con el maligno contra Dios. Porque muchas veces, tal y como se nos proclama hoy en la primera lectura, el maligno es adulador, embaucador. Nos quiere seducir sugiriéndonos que somos Dios, que somos autónomos morales, que Dios no nos quiere, porque si nos quisiera no tendríamos estas terribles pruebas o sufrimientos. Nos presenta la salida más fácil, más gratificante, la de la puerta ancha, y si le damos crédito, padecemos luego las consecuencias, ya que «el salario del pecado es la muerte» (Rm 6,23).
Impresiona ver cómo Jesucristo no dialoga con el maligno. Le responde siempre con la Palabra de Dios. Y nos muestra el camino para no caer en las tentaciones del maligno, y para defendernos de sus ataques. En primer lugar, es necesario tener discernimiento para saber lo que viene de Dios y lo que viene del maligno para acoger lo primero y desechar lo segundo. En segundo lugar, es indispensable tener rectitud de intención, estar bien definido en el bando del Señor. Y en tercer lugar, la HUMILDAD. Mientras rezo y medito con esta reflexión, me viene a la mente la famosa experiencia de San Antonio Abad, al que el Señor le mostró la enorme cantidad de engaños del maligno y, al verlos, preguntaba lleno de miedo: -«Pero, ¿Cómo se puede vivir sin caer en esos engaños?»- Y le respondió el Señor: - «Con la HUMILDAD». Porque es realmente con la humildad, que es la verdad, como el Señor ha vencido al maligno. Porque el maligno tienta con mentiras o medias verdades, pero con la verdad, unidos a Cristo, sabiendo que Cristo es el Santo, el Poderoso, el maligno no tiene nada que hacer.
Muchas veces uno quisiera vivir sin tentaciones, quisiera vivir sin combatir, instalado en el confort, pero si el mismo Jesucristo sufrió la tentación del maligno, ¿cómo puede uno querer vivir sin ellas? Lo importante es estar en el bando correcto y creer al que uno debe creer: «Convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15).
Porque el Señor es bueno y su misericordia es eterna (Sal 117,1), y se nos invita a rezar en el salmo responsorial, el salmo 50: «Misericordia, Señor, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado» (Sal 50,3-4).
Por eso es esta Palabra una palabra de esperanza, de ánimo hacia el combate contra aquel que está destruyendo a toda una generación. No es un juego seguir a Jesucristo. No es un juego este combate. Porque el maligno no juega. Viene a destruir. Y el Señor hace una llamada a la fidelidad para detener, poco a poco, ese avance a velocidad terminal que el maligno va realizando en esta generación. Porque la victoria es de nuestro Dios. Sólo es necesario estar unido a Él. «La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.» Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: «Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.» Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: «Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?» Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás.» Me respondió: «Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero» (Ap 7,10-14).
Dios no permanece impasible ante nuestro sufrimiento por nuestro pecado, por nuestras infidelidades, sino que envía a Cristo para salvarnos, porque nos ama. Acojamos el amor de Dios en Cristo y vivamos unidos a Él, porque unidos a Él, saldremos ilesos ante los ataques del maligno. «Se puso junto a mí. Lo libraré» (Sal 90,14)
¡Cambiemos de bando! Dejémonos amar por Cristo y combatamos contra el enemigo unidos a Él. Con rectitud de intención, humildad y perseverancia, lo conseguiremos. Sin Cristo, nos aliaremos enseguida con el maligno cayendo en la muerte. ¡Levantémonos y acerquémonos al trono de la Misericordia del Padre! Convirtámonos hoy. Feliz domingo.

