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Encontrar un nuevo sentido a la vida
Todos hemos sido llamados por el Señor Jesús y nos reconocemos hermanos.


Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate



Juan Bautista había sido arrestado, pero la historia de la salvación sigue adelante, el proyecto de Dios no se puede detener, el reino de Dios no se puede aprisionar. Como señalaba en una de sus reflexiones Pablo Neruda: “Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”.

A partir de un acontecimiento doloroso y delicado, Jesús comenzó a moverse con libertad, a darse a conocer y a proclamar la buena nueva, por lo que su sola presencia y la promesa de salvación anunciada permite a San Mateo reconocer que su decisión de irse a vivir a Cafarnaúm representa el cumplimiento de las palabras del profeta Isaías:

“Tierra de Zabulón y Neftalí, camino el mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que yacía en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció”.

Eso es exactamente lo que deja Jesús a su paso: donde hay oscuridad, odio, violencia y desesperanza, la persona de Jesús va dejando luz, amor, paz y esperanza. A pesar de todo lo que se haya vivido su sola presencia genera esperanza y nuevas condiciones de vida.

Como dice Isaías: “En otro tiempo, el señor humilló al país de Zabulón y al país de Neftalí; pero en el futuro llenará de gloria el camino del mar, más allá del Jordán, en la región de los paganos”. Y no deja de referirse a las bendiciones que llegarán después de los días aciagos, y que nosotros relacionamos directamente con la llegada de Cristo Jesús: “Engrandeciste a tu pueblo e hiciste grande su alegría”.



Por lo tanto, Jesús retoma el principal anuncio de su precursor, ahora encarcelado, predicando la conversión ante la proximidad del reino de Dios, invitando a los hombres a romper las cadenas que los tienen atados al pecado. Cuando el Señor se hace presente, cuando irrumpe maravillosamente en nuestras vidas, tenemos que dejar nuestra vida de pecado y girarnos hacia Él para recibir su gracia y estar en condiciones de comprender todo su mensaje, la forma como está llegando el reino de Dios.

De esta forma, la conversión tiene un contenido moral porque, en efecto, hay tantos hechos de pecado a los que tenemos que renunciar, ya que cuando Dios llega a nuestra vida no podemos seguir viviendo de la misma manera. Pero también tiene un contenido existencial porque nos lleva a cambiar de rumbo y ponernos en camino para seguir y escuchar al Maestro.

Al renunciar al pecado y a nuestra vida pasada, el seguimiento de Cristo se convierte en la fuente que alimenta, sostiene y alegra nuestro nuevo estilo de vida. El acento hay que ponerlo precisamente en la alegría. Para los primeros apóstoles que se encontraron con Jesús en la ribera del mar de Galilea -Pedro y su hermano Andrés, Santiago y su hermano Juan-, se trató de un momento impactante, de una experiencia fulminante que les cambió la vida, de una sensación emocionante que no habían vivido, la cual hizo posible que dejaran todo, cuando Jesús les dijo: “Síganme y yo los haré pescadores de hombres”.

La conversión, por lo tanto, no se explica en la obligación de dejar la vida pasada, sino en la emoción de haber encontrado al Señor, de haber descubierto el auténtico sentido a la vida en la persona de Cristo. Por eso, el acento no se pone en la renuncia, sino en lo que se abraza; no se pone en lo que se deja, sino en lo que se consigue, en lo que se ha descubierto y que llena de alegría toda la vida. El privilegio de encontrar al Cordero de Dios y de ser llamados directamente por Él hace palidecer todo lo que se deja, pues la pérdida es absorbida abundantemente en la ganancia de quedarnos a su lado y ser llamados a anunciar el reino de Dios.

La fascinación que causa el Señor, así como la libertad, prontitud y emoción con la que responden los apóstoles nos hacen reconocer la osadía de este momento.



Cuando sentimos cansancio y desánimo cuánto bien nos hará remontarnos a los orígenes de nuestro llamado, cuando Cristo llegó a nuestra vida y nos provocó una respuesta audaz, alegre y generosa. Ese llamado, ese primer encuentro nos hizo sentirnos amados por Dios y nos llenó de la gracia divina para entregarnos y no negarle nada al Señor.

Esa misma experiencia es la que tenemos que actualizar para superar antagonismos, rivalidades y divisiones, conforme al llamado de San Pablo en la primera carta a los corintios, pues todos hemos sido llamados por el Señor Jesús y nos reconocemos hermanos y miembros del mismo cuerpo, cuya cabeza es Cristo.







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