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Normas y vida ética
Las normas tienen valor y merecen ser elaboradas, explicadas y seguidas solo si promueven una vida ética.


Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net



En todos los pueblos existen normas que establecen qué comportamientos son considerados buenos y qué comportamientos son declarados malos.

Así, algunos pueblos condenan el uso de bebidas alcohólicas, mientras que otros las permiten, sin restricciones o con algunos límites.

Otros pueblos establecen que la mentira es siempre algo malo, mientras que en algunas culturas se permite mentir a los “extraños”.

Como parece obvio, existen normas que son erróneas, porque declaran como bueno lo que es malo, o incluso porque permiten acciones claramente injustas. Los castigos que se aplicaban a los esclavos en otros tiempos son un claro ejemplo de esto.

En este tema, resulta importante esclarecer qué sentido tienen las normas y qué valores o bienes buscan promover, para luego distinguir entre normas buenas y normas malas.



Porque el sentido auténtico de toda normativa válida consiste en ayudar a las personas y a los grupos a alcanzar aquellas metas buenas que hacen más hermosa y digna la vida humana.

A la luz de este criterio, podemos luego enjuiciar cada norma concreta con esta sencilla pregunta: ¿ayuda y promueve una vida auténticamente ética?

Normas sobre la higiene, sobre los acuerdos comerciales, sobre la seguridad de los edificios, sobre el comportamiento en el tráfico, tienen valor en tanto en cuanto promuevan la salud, la confianza en el mercado, y otros aspectos importantes de nuestra existencia.

Incluso las normas que parecen tener una vigencia privada buscan promover el bien. Por ejemplo, cuando reflexionamos sobre qué “reglas” autoimponernos respecto de la hora de levantarnos y acostarnos diariamente, sobre la dieta que seguiremos, o sobre las lecturas a realizar en los próximos meses.

Las normas tienen valor y merecen ser elaboradas, explicadas y seguidas solo si promueven una vida ética. Luego, al aplicarlas a las situaciones concretas, será oportuno hacerlo con una sana flexibilidad (como enseña la “norma” del principio de equidad o epiqueya), pero también con la adecuada exigencia para que cada norma sirva como ayuda para avanzar, poco a poco, hacia nuestra plenitud como personas y como miembros de la sociedad.









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