Antes, durante y después del parto
Por: Pbro. Francisco Ontiveros Gutiérrez | Fuente: Semanario Alégrate
Por los méritos del Hijo
La Bienaventurada virgen María, madre de Dios y madre nuestra, participó en el misterio de la redención porque así lo ha querido Dios, bondadosísimo y sapientísimo, el cual, queriendo realizar la redención del mundo envió a su Hijo, nacido de una mujer (cfr. Gal 4,4- 5). Ella, desde el primer anuncio del ángel, acogió con temor y temblor reverente, en todo su ser al Redentor. Por esta razón fue redimida del modo más sublime, en atención a los futuros méritos de su Hijo, a quien se mantiene unida con un vínculo estrecho e indisoluble, que la enriquece con la suma prerrogativa y dignidad: ser la madre de Dios Hijo y, por tanto, la Hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo (cfr. Constitución Dogmática sobre la Iglesia, No. 53). Así pues, la Iglesia no duda en reconocer que ha sido Dios quien ha querido distinguir a la santísima virgen María con la enorme dignidad de ser la Madre del Verbo encarnado, causa de la que dependen todas las gracias con las que el eterno Padre la ha distinguido.
Sin manchas ni pecado
Cuando el ángel saluda a María, surge en ella la pregunta sobre el modo en el que podrá llevarse a cabo el plan de Dios, puesto que ella es virgen (cfr. Lc 1,34). María ha sido librada de la corrupción a consecuencia de la muerte porque toda ella es llena de gracia, limpia de pecado. La corrupción del cuerpo es consecuencia de la muerte y la muerte es consecuencia del pecado (cfr. Rom 6,23). Por todo esto, ella se encuentra ya en los cielos en cuerpo y alma (cfr. Constitución Dogmática sobre la Iglesia, No. 68), Dios la ha llenado de todas las gracias. Así lo afirma el Papa Pío IX, cuando sostiene: “la virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente. De tal manera que, inmune de toda mancha permaneció virgen antes durante y después del parto.
Ella le concedió la carne al Verbo
Y, así como ella le concedió la carne al Verbo para que se encarnara, así el Verbo le concedió a ella un cuerpo glorioso e incorruptible. Afirma Modesto de Jerusalén: Porque de esta siempre virgen el Cristo Dios se revistió una carne animada y racional, por obra del Espíritu Santo, la llamó a que revistiese un cuerpo incorruptible y la glorificó sobre toda gloria, para que, siendo su Madre toda santa, fuese también su heredera, según canta el salmista, “la reina está colocada a tu diestra, con un vestido esplendente de bordados (sal 45 [44], 10).
Siempre virgen
Así como Jesús resucitado entró en el lugar en el que se encontraban los apóstoles escondidos después de la Resurrección, del mismo modo, por gracia divina, entró en el vientre de María, estuvo dentro de él y salió de él sin dañar la virginidad de María, la cual con toda razón es invocada “siempre virgen”, antes, durante y después del parto, reservada por Dios para ser la Madre del Verbo encarnado.