Menu


«Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos»
Reflexión del domingo II de Adviento Ciclo A.


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: “Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos”. Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas» (Mt 3,1-3).

En este segundo domingo de Adviento nos regala el Señor una importante Palabra de conversión continuando con el mensaje que nos recordaba el domingo pasado sobre estar en vela para no encontrarnos excluidos de la Boda con el Señor por haber preferido los ídolos efímeros y fugaces de este mundo en vez de a Él, que lo que desea de nosotros es que experimentemos la Vida: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10); «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).

Así, nos invita el Señor «a huir de la idolatría» (1 Co 10,14) y a unirnos a Cristo a través de la oración, de la escucha de su Palabra, de los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, y de la caridad hacia Él mismo presente en el otro: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Nosotros amemos, porque él nos amó primero» (1 Jn 4,10.19).

El Señor nos llama hoy a hacer visible la salvación de Dios uniéndonos totalmente a Cristo, en la Iglesia, para que como decía el Santo Cardenal Newman en su oración, que tomará posteriormente Santa Teresa de Calcuta: «Quien me vea a mí, que te vea a Ti»; «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16). Porque ya desde la primera lectura el Señor revela que con el Espíritu Santo es posible la comunión y la paz entre seres diversos y contrapuestos, una realidad que se hace patente en la Iglesia: «Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán sus crías, el león, como los bueyes, comerá paja» (Is 11,1-2.6-7).

De ahí la seria llamada que hace hoy el Señor a la conversión, porque, como dirá San Pablo: «El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece» (Rm 8,9). Ya se puede ser religioso, presbítero, obispo o cardenal, que si no tenemos el Espíritu de Cristo no somos de Cristo. Así, San Pablo nos advertirá seriamente: «No contristéis al Espíritu Santo» (Ef 4,30), porque en esta generación como cristianos estamos llamados a hacer presente a Cristo, y sin el Espíritu Santo, ¿a quién hacemos presente? Cuando la gente nos ve, ¿ve a Cristo? ¿Se dan los signos del amor y la unidad? «Yo en ellos y Tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que Tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí» (Jn 17,23). Así, dirá San Pablo en la segunda Lectura de hoy: «Y el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, acogeos mutuamente como os acogió Cristo para gloria de Dios» (Rm 15,5-7).



Y podemos preguntarle hoy al Señor como le preguntaban a San Juan Bautista: «La gente le preguntaba: «Pues ¿qué debemos hacer?» Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo» (Lc 3,10-14). O como dirá también el mismo Jesucristo: «Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Lc 12,33-34). Porque de lo que se trata es de levantar el corazón al Señor y amarle a Él en el otro. Porque así fue como vivió Cristo y a esa forma de vida es a la que nos llama el mismo Cristo, siendo UNO CON ÉL, y con nadie ni nada más: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef 5,31-32). Feliz domingo.







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |