Con fe y esperanza coloquemos el "Nacimiento"
Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate
“¡Ya es hora de despertar del sueño!” En este tono nos llega la palabra de Dios al inicio del tiempo de adviento. Tenemos que despertar, sacudirnos la pereza y la indiferencia, porque nos hemos confiado, hemos sido ingenuos y poco a poco se ha ido relativizando nuestra fe.
San Pablo nos hace tomar conciencia de la complejidad de los tiempos que corren: “Tomen en cuenta el momento en que vivimos”. Sin embargo, también nos anima al asegurarnos que: “Ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer”. Se acerca el clarear del nuevo día y tenemos que sentir la proximidad de la llegada del Señor para que abandonemos los vicios y desenfrenos, a fin de revestirnos con las armas de la luz.
Tenemos que revestirnos con la fe para que en medio de las situaciones difíciles sepamos reconocer al Señor que viene. No es fácil la vida de fe ni se relaciona con una vida acomodada, pues la fe implica esfuerzo, sacrificio, dedicación y entrega. Pero, por medio de la fe, el cristiano trata de sobreponerse a tantas dificultades confiando en el cumplimiento de las promesas del Señor.
De suyo la vida cristiana es difícil y más en tiempos como los nuestros que no son favorables a una vida de fe. De ahí la necesidad de esforzarnos para cuidar el don de la fe.
Por la fe tenemos la capacidad de ver muy lejos y de recibir una explicación más profunda de los misterios de la vida. Pero se trata de un don que debemos cuidar, sobre todo en tiempos desafiantes como los que estamos viviendo.
Hay que despertar del sueño y revestirnos también con la esperanza. No podemos permitir que las ideologías y las consignas de este mundo vengan a robarnos la esperanza. Hay hermanos que se han venido debilitando ante los acontecimientos que vivimos. Las situaciones no cambian, tampoco las personas, y entonces viene la desesperación y el desaliento, al dejar de luchar y de confiar en la presencia del Señor.
También se viven tiempos de desesperanza. Hay hermanos que siguen creyendo en Dios, van a la Iglesia y tratan de llevar una vida conforme a los valores cristianos, pero ya no se notan alegres, ya no tienen la chispa de una vez, ya no viven con entusiasmo su fe cristiana.
Viven resignados y derrotados, pensando que las personas y las situaciones no van a cambiar y entonces caen una visión negativa y pesimista de la vida. En estas circunstancias, para recuperar la esperanza, se necesita creer en la palabra y estar a la expectativa del anuncio que se nos hace en este tiempo de adviento.
Tenemos que cultivar la escucha de la palabra y dedicar más tiempo a la oración. La intimidad con Dios hará posible que sintamos su cercanía y nos ofrecerá la visión divina de los acontecimientos que vivimos para no caer en el pesimismo y la desesperanza. De esta forma podremos compartir a los demás no solo lo que vemos y escuchamos en la vida ordinaria, sino lo que vemos en la presencia de Dios, lo que escuchamos y sentimos junto a Él.
En la oración podemos recobrar la esperanza porque veremos las cosas a la luz de Dios y sentiremos su cercanía. La esperanza, recuperada en la oración, es algo digno y necesario que los cristianos podemos aportar al mundo, en estos tiempos de desesperanza.
Ciertamente en estos tiempos de crisis se necesitan muchas cosas, pero lo que más necesitamos es la esperanza. Si tenemos esperanza habrá disposición para seguir luchando y para que nada nos haga retroceder. Nos faltarán muchas cosas, pero si hay esperanza tendremos siempre el coraje para seguir adelante.
De esta forma, adentrarnos en el adviento es desear que Dios venga a nuestra vida y anhelar una realidad distinta a la que nos toca vivir. Es añorar para nuestro mundo una mano que enderece lo torcido. Es mirar hacia el cielo pidiendo a Dios que se manifieste en medio de las turbulencias y de la oscuridad de este mundo.
Por eso, al inicio del adviento aparece la exhortación del Señor Jesús para que nos mantengamos vigilantes: “Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor”. La buena noticia de la venida del Señor debe ponernos en actitud de vigilancia, ya que somos responsables de nuestra vida y de la de nuestros hermanos. Tenemos que ocuparnos y preocuparnos para que todo transcurra de modo que se alumbre el mundo que deseamos.
Tener esperanza es síntoma de vida. La desesperanza, en cambio, va apagando poco a poco nuestra vida. Nada hay más angustioso que la desesperanza y nada más positivo y rejuvenecedor que esperar con ilusión un acontecimiento, todavía más si lo sabemos cercano y extraordinario como la llegada del Señor a nuestras vidas.
Conforme al mensaje que compartí hace unos días, quisiera invitarlos para que desde este primer domingo de Adviento pongamos con devoción el “Nacimiento” del Niño Dios en nuestros hogares, centros de trabajo, lugares sociales y espacios de encuentro, para que esta bella tradición sea un signo visible de unidad familiar y comunitaria que nos lleve a vivir con alegría el misterio del amor de Dios por cada uno de nosotros.
De la misma forma, los exhorto para que el cuarto domingo de Adviento (18 de diciembre) los niños y los jóvenes, en un ambiente de familia, lleven a bendecir a la Iglesia la imagen del Niño Dios, en las eucaristías que se celebrarán ese día en todas las parroquias y rectorías de la Arquidiócesis de Xalapa.