Juliana Seelmann, la religiosa que quería ser enfermera
Por: Sabine Meraner | Fuente: Vatican News
Un viaje a Asís y los primeros encuentros con la comunidad franciscana plantaron una pequeña semilla en el corazón de Juliana Seelmann, nacida en 1983 en un pueblo cercano a Würzburg, Baviera. Los contactos con las monjas franciscanas continuaron, Juliana conoció a las hermanas de la comunidad de Oberzell, asistió a los días de orientación y luego a los fines de semana en la comunidad, y la semilla comenzó a germinar.
Sin embargo, el camino para entrar en el convento seguía siendo largo. Al principio, la enfermera está convencida de que su camino es acompañar a los enfermos graves y a los moribundos. En 2009, a la edad de 26 años, Juliana decide ingresar en las Siervas de la Santa Infancia de Jesús de la Tercera Orden de San Francisco, o “Hermanas Franciscanas de Oberzell”, para abreviar.
La misión con los refugiados
La casualidad quiso que en 2009 la Hna. Juliana fuera llamada a trabajar en el centro de acogida de Würzburg. Acepta y al cabo de unos meses dice: “Ya no puedo salir de aquí”. El mero hecho de que esté ahí produce mucho bien. En su trabajo con los refugiados, Sor Juliana reconoce un gran paralelismo con la labor de la fundadora de la orden, Antonia Werr, que a mediados del siglo XIX se dedicó a las mujeres que salían de la cárcel para ayudarlas a integrarse en la sociedad.
En el centro de acogida para solicitantes de asilo situado en las afueras de Würzburg viven unas 450 personas, entre mujeres, hombres y niños; las edades van desde recién nacidos hasta ancianos; son atendidos por un grupo de personas, como en una consulta médica. En la instalación, cuando se trata de la vida en común de la gente, el origen o la religión no tienen peso; lo que cuenta es ayudar a los necesitados. “A menudo —dice Sor Juliana— lo que nos parece ‘extraño’ se revela luego como ‘familiar’”. Sonriendo, cuenta un episodio ocurrido con un joven musulmán iraquí. “Las hermanas franciscanas de Oberzell llevamos una medalla al cuello, en un lado está San Francisco y en el otro Nuestra Señora. Un joven iraquí me pregunta si esa es María. Sorprendida, le respondo que sí. Luego me dice que a él también le gustaría tener una medalla así. Sonreí un poco y luego le dije que no, que no es posible porque para conseguirlo hay que entrar en la comunidad ‘y tú eres un hombre’. Nos reímos, pero a partir de ahí se produjo una charla muy profunda en la que me contó lo importante que es María para él, pero también en el Islam. Fue una charla conmovedora y muy particular”.
Enfrentando la burocracia
El “sistema de Dublín” vigente en Europa estipula que las personas refugiadas deben solicitar asilo en el país de primera acogida. Esto significa que todas las personas -y son la mayoría- que llegan a Italia, Grecia y España (los países ribereños del Mediterráneo) no pueden continuar su viaje a los países más al norte donde querrían solicitar asilo, y esto también hace que se creen situaciones inhumanas de “reclusión” en estos primeros lugares de acogida. Precisamente por este sistema, la hermana Juliana ha acabado en los titulares de los medios de comunicación. Su culpa es la de haber concedido el derecho de asilo en la iglesia a personas que tenían la obligación de dejar el país después de haber llegado a Italia como país de primera acogida para pasar luego a Alemania. La hermana Juliana cuenta: “Hace unos años, la comunidad había decidido conceder el derecho de asilo en la iglesia por una cuestión de principios”: la comunidad ya lo había hecho en otras ocasiones. “Para obtener asilo en la Iglesia hay que presentar una solicitud que se examina cuidadosamente, y el asilo sólo se concede en casos de verdadera necesidad. En el caso de la causa judicial comentada, se trataba de dos mujeres nigerianas que se habían convertido en víctimas de la prostitución forzada tras haber sufrido abusos sexuales en su infancia”. La expatriación a Italia —continúa explicando la hermana Juliana, dando el ejemplo de otra mujer— habría significado sin duda el regreso a la prostitución. “Esa mujer estaba gravemente traumatizada y necesitaba un lugar para descansar por un momento, lejos del miedo a volver a la prostitución y la violencia”. En 2021 la hermana Juliana fue condenada, en 2022 absuelta en apelación.
La fuerza para seguir adelante y tomar en serio cada día el destino de personas traumatizadas con historias increíbles, la hermana Juliana la obtiene de la misión de la orden. “Lo importante en nuestra espiritualidad es el hecho de que Dios se hizo hombre, se hizo pequeño. Y porque Dios se muestra vulnerable e impotente, también nos dejamos tocar por la realidad de la vida humana —añade la franciscana— y éste es el motor que me impulsa. Esto me toca, esto me involucra”.
El intercambio de experiencias dentro del equipo del centro de acogida de solicitantes de asilo es lo que permite a la hermana Juliana procesar lo que escucha y experimenta. Sin dejar de lado, por supuesto, la vida en el convento. “Me siento apoyada por mis hermanas —concluye—, que siempre llevan en sus oraciones mis preocupaciones y las del pueblo”.