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Reino del amor y de la paz
Dios nos conceda ser una valiosa piedrecilla escondida en el grandioso edificio de la Iglesia de su Hijo.


Por: Pbro. Joaquín Dauzón Montero | Fuente: Semanario Alégrate



El texto del evangelio de este domingo, muy breve por cierto, nos abre ante una gama de sentimientos, porque tiene como contexto general toda la pasión y muerte del salvador.

Jesús, como profeta del Padre, predica el reino de Dios contracorriente a través de una palabra que llama, de un amor que se manifiesta en obras y que puede cambiar el corazón de los hombres, para recorrer los caminos del Señor, poniendo amor donde hay odio y esperanza de futuro, pues se hallaba agotada, como lo expresa la predicación de Juan el Bautista.

Contracorriente que llega a su máxima expresión en las ofensas de la jerarquía religiosa, de los miembros de la guardia militar romana y de uno de los llamados ladrones, crucificados como él. A Jesús lo rechazan por pretender ser el Mesías o, como ante Pilato, decirse rey, aunque su reino no sea de este mundo.

De allí el título de rey en el letrero puesto sobre la cruz: “Este es el rey de los judíos”, aunque lo hayan puesto como burla. Todos los gestos de Jesús y sus palabras suponen la verdad de que ese reino que se va abriendo paso en el mundo, colocando a los hombres ante la decisión entre la fe y la gratuidad o la falta de fe y la violencia.

Sí, este rey inaugura la obra de Dios o reinado de Dios, pero no desde el punto de vista de la liturgia del templo de Jerusalén, no ganándose un título académico en la escuela de los rabinos sobre la excelencia de la ley de Moisés, no como consecuencia de una guerra ganada contra el enemigo del pueblo, como los pretendidos partidarios de la guerra santa, sino a través del amor concreto y dinámico que lo lleva a dar gratuitamente la vida por toda la humanidad.



Por eso el prefacio de la Eucaristía de este domingo canta: “un Reino eterno y universal, Reino de la verdad y de la vida, Reino de la santidad y de la gracia, Reino de la justicia, del amor y de la paz”.

Hoy pensamos en los héroes mexicanos que dieron su vida gritando valientemente “Viva Cristo Rey” y que les mereció la corona de la gloria en el Reino de Jesucristo. Ojalá muchos de nosotros pudiéramos decirlo cuando tenemos que decidirnos por nuestra fe. Dios nos conceda ser una valiosa piedrecilla escondida en el grandioso edificio de la Iglesia de su Hijo.







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