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«Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso»
Reflexión de la solemnidad de Cristo Rey - Ciclo C


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino”. Jesús le dijo: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”» (Lc 23,42-43)

Celebramos hoy la Fiesta de Cristo Rey del Universo, Fiesta con la que se da término al Año Litúrgico, y en la que el Señor nos regala una Palabra estupenda de ayuda para SER UNO CON ÉL para reinar con Él.

Este año celebramos el Reinado de Cristo acogiendo el mensaje que el Señor no se cansa de repetir, ya que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2,4). El Señor vuelve a revelarse hoy como «clemente y compasivo, tardo a la cólera y rico en piedad y leal» (Sal 145,8), sobre todo en el pasaje del Evangelio de hoy, en el que el Señor acoge, perdona y renueva a un malhechor arrepentido crucificado junto a él. El Señor se revela como Rey, pero no como un rey de este mundo, sino como un Rey, que junto con su Reino, poseen unas características antagónicas a la forma de vida del mundo en que vivimos: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí» (Jn 18,36); «Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,25-28).

Jesucristo se presenta como Rey con una corona de espinas y con la Cruz como su trono real, siendo el último de todos, dando su vida por amor a su Padre y amor a cada una de las personas que formamos parte de la Humanidad, incluyendo a las personas más despreciadas y desechadas de la Tierra.  Su forma de reinar es donándose hasta el extremo: «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1); «Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13,13-15).

Jesucristo muestra que es Rey, amando, sirviendo, ya que es libre de todo pecado, porque como dirá Él mismo: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo» (Jn 8,34). Y la Buena Noticia es que Cristo ha venido a liberarnos totalmente de esa esclavitud: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Cristo nos ha comprado con su sangre (1 Pe 1,18-19), y nos llama a ser sacerdotes, profetas y reyes con Él: «Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados. Y ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén» (Ap 1,5b-6).  Así, ya en la primera lectura nos revela el Señor la llamada a participar de su realeza: «Vinieron todas las tribus de Israel donde David a Hebrón y le dijeron: «Mira: hueso tuyo y carne tuya somos nosotros» (2 Sa 5,1).



El Señor nos llama hoy a SER UNO CON ÉL viviendo como Él, amando como Él, reinando como Él. Porque realmente Jesucristo vive su vida con una libertad y desprendimiento absolutos, siendo consciente de ser peregrino. Así, no hay momento de su vida en que caiga en la tentación de instalarse, de quedarse estático, sino que vive siempre en continuo movimiento, haciendo de forma absoluta y plena la voluntad de su Padre Dios: «Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28).

Por ello, nos invita a profundizar en la intimidad con Él por medio de la oración, de la escucha de su Palabra, de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, viviendo el Misterio del que hablará San Pablo: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef 5,31-32).

Hoy sólo puedo tener un corazón agradecido por la gran misericordia que ha tenido y tiene el Señor conmigo, porque conmigo ha tenido la misma misericordia que con el malhechor arrepentido: «Así que, recordad cómo en otro tiempo vosotros, los gentiles según la carne, llamados incircuncisos por la que se llama circuncisión - por una operación practicada en la carne -, estabais a la sazón lejos de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la Promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ef 2,11-12.19).

Así, nos llama el Señor a ser portadores de su misericordia y de esperanza, sabiendo que el Señor nos espera en su Reino: «No ceso de dar gracias por vosotros recordándoos en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente; iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos» (Ef 1,16-18).

Por tanto, no tiene punto de comparación reinar con Cristo, como la Virgen María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), o servir al maligno con la idolatría que presenta en este mundo, porque generalmente la libertad que se ofrece a la gente de esta generación no es sino una mera esclavitud del maligno. Por tanto, como dice San Juan: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn 2,15-17). Feliz domingo.









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