El final del mundo
Por: Pbro. Francisco Ontiveros Gutiérrez | Fuente: Semanario Alégrate
El mundo no será para siempre
Tomás de Aquino en uno de sus opúsculos se da a la tarea de explicar filosóficamente el asunto del fin del mundo, su obra se titula “sobre la eternidad del mundo”. En ella expresa, desde categorías racionales, la razón por la que el mundo no puede ser eterno, y la razón es simple, según sus postulados. Para empezar el mundo comenzó a existir en el tiempo, razón por la cual tendrá que dejar de existir en el tiempo porque no se trata de algo eterno. El mundo no ha estado siempre, por lo que se trata de un ser contingente, de tal modo que, al no ser necesario puede dejar de existir. Incluso, en la época moderna, los postulados de los físicos e investigadores se arriesgan a señalar el muy corto tiempo de vida posible que le queda al planeta, cuestión que se ha acelerado por el cambio climático y demás atropellos espantosos al planeta.
El último día
La cuestión sobre el final es un asunto serio y de hondura teológica en nada sencillo de comprender. El último día, como le llama el evangelio de Juan (cfr. Jn 6,39- 40.44.54; 11,24), o el final del mundo como le llama el Concilio (cfr. LG 48). Comporta, en efecto, la resurrección de los muertos, y esto está directamente asociado a la Parusía de Cristo. Así lo testifica el apóstol cuando sostiene: “El Señor mismo, a la orden dada por la voz del arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo, resucitarán en primer lugar” (I Tes 4,16). En este sentido, la comprensión de la venida del Señor es algo que Cristo mismo ha expuesto en su predicación, y un asunto serio que las primeras comunidades tuvieron muy claro y cuya espera (y tenso retraso) está presente en las cartas de Pablo.
Ya pero todavía no
Si es verdad que en el último día el Señor nos resucitará, también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Él, gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte de Cristo (cfr. CatIC 1002), tal como sostiene la oración de bendición del agua bautismal, “sepultados con Cristo en su muerte, resucitemos con Él a la vida”, por la acción de Dios que lo ha resucitado a Él de entre los muertos (cfr. Col 2,12). Ya estamos gustando las primicias de esta vida que deseamos alcanzar con toda su gloria y en su mayor esplendor en el día del Señor y por toda la eternidad.
El Señor de una historia de Salvación
Los cristianos no podemos leer la historia como un asunto de catástrofes y tragedias, como los sectarios milenaristas. Nosotros leemos la historia con la conciencia que es una Historia de Salvación donde Dios es el Señor del tiempo y todo lo tiene con amor en sus manos. En una historia que desemboca en el amor, porque precisamente empezó por amor y es el amor el que la sostiene. Todo en esta historia habla de un Dios que es un amante apasionado que en todo muestra la grandeza de su amor. Así pues, hemos de esperar la llegada del Señor como los siervos que están cumpliendo la misión que el Señor les ha encargado.