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«No endurezcáis vuestro corazón»
Homilía del domingo por la comunión - 2 de octubre de 2022


Por: Cardenal Carlos Osoro Sierra | Fuente: archimadrid.org



Querido hermano Juan, arzobispo de Malabo (Guinea Ecuatorial). Queridos vicarios episcopales. Querido deán de la catedral. Hermanos sacerdotes. Queridos hermanos y hermanas, los que estáis aquí en la catedral y quienes a través de Televisión Española estáis viviendo también esta celebración de la Eucaristía.

Por tercer año consecutivo en nuestra archidiócesis de Madrid, hoy celebramos el Domingo de la Comunión Eclesial. Es significativo que justamente, en el arranque del caminar eclesial, después de estas vacaciones estivales, tengamos presente que para ser testigos de Jesús, anunciadores del Evangelio, de la Buena Noticia, pidamos vivir esa comunión que Jesús nos pidió para ser creíbles ante todos los hombres.

Todos formamos parte del pueblo de Dios en esta Iglesia que peregrina en Madrid. Esta parte de la Iglesia. Todos contamos, todos participamos y contribuimos a ser en ese cuerpo místico de Cristo que anuncia la salvación a todos los hombres. El eslogan de este año, de este Día de la Comunión, es Unidos. Diversos. Porque la unidad en la Iglesia, en esta Iglesia que camina sinodalmente, no se realiza en la uniformidad ni en el pensamiento único que tiende a anular las diferencias, sino justamente al contrario. Construyendo la comunión es como nosotros anunciamos el Evangelio y somos creíbles para todos los hombres.

Queridos hermanos y hermanas. Acabamos de recitar juntos el salmo 94, que nos decía: «No endurezcáis vuestro corazón». «Aclamemos al Señor, entremos en su presencia, postrémonos ante Él, bendigamos al Señor…». Somos su pueblo, y caminamos como pueblo anunciando a Jesucristo. E, insiste el salmista: «Ojalá hoy escuchéis la voz del Señor». Ojalá escuchéis esa voz.

Queridos hermanos: quisiera resumir la palabra de Dios que acabamos de proclamar en tres palabras: vivir, por una parte, trabajar y pedir.



Vivir. En la primera lectura que hemos proclamado de la profecía de Habacuc, él nos invitaba a vivir por la fe y de la fe. Se puede vivir la vida contando con Dios, o al margen de Dios. Se puede vivir y proyectar nuestra existencia personal y colectiva al margen de este Dios que ha hecho todo lo que existe, que nos ama entrañablemente, que hizo su presencia, el hijo de Dios en este mundo, y nos enseñó a descubrir el rostro humano que tenemos que tener los hombres para construir la fraternidad, para lanzarnos a vivir en la justicia y en la verdad. Damos gracias a Dios por lo que nos decía esta lectura: «El justo vivirá por su fe». Queridos hermanos. el justo, en la Biblia, no es que sea… Es el ser humano que decide poner la vida delante de Dios y dejarse iluminar por este Dios para hacer el camino en esta historia. No es que sea perfecto: es la decisión de un hombre y de una mujer, de un joven, de un niño, de vivir la vida, su vida, y proyectarla y construirla desde Dios mismo. Vivir.

En segundo lugar, el Señor hoy nos invita a trabajar. A tomar parte en el anuncio del Evangelio. Por eso, el apóstol Pablo, cuando se dirige a Timoteo en esta segunda carta, le dice: «Reaviva el don de Dios». Dios te dio un espíritu de energía, un espíritu de amor y buen juicio. Esto es lo que nos regala Dios, queridos hermanos. Y el apóstol insiste: no te avergüences de dar testimonio de Cristo y toma parte en el anuncio del Evangelio. Queridos hermanos: ¿hay un proyecto tan singular, tan hondo, que alcanza el corazón del hombre, que transforma la vida de los hombres, como el que nos diseña y nos regala Jesucristo, Nuestro Señor? ¿Hay un proyecto que han asumido los hombres, los santos, gentes que han estado al lado nuestro, que están al lado nuestro, que viven y quieren vivir y hacer posible la presencia de Cristo con su vida? Ellos anuncian que toman parte del anuncio del Evangelio. Pero, para esto, queridos hermanos, necesitamos decirle al Señor lo mismo que los apóstoles le dijeron: «Auméntanos la fe». Como los apóstoles, hoy os invito a que todos digamos a Jesús: «Auméntanos la fe, Señor». Esta oración de los primeros discípulos de Jesús, que están sinceramente interesados en seguir a Jesús y en poner en práctica sus exigencias. Y hacen esta petición. Cualquiera de nosotros habríamos hecho esta petición con toda sinceridad, y la queremos hacer en estos momentos. Y no por buscar un poder, sino por el deseo de liberarnos de nuestros miedos, de vencer resistencias, de ser audaces en hacer presente la vida de Jesús a través de nuestra vida.

En este momento de la historia que vive la humanidad, queridos hermanos, donde hay tantas situaciones de rupturas, de enfrentamientos, de divisiones, de guerras, de proyectos que no diseñan lo que es el ser humano de verdad, es una maravilla que, unidos a los apóstoles, todos nosotros digamos al Señor: «auméntanos la fe». Porque, ¿no será esta oración la que hemos de hacer los discípulos de Cristo hoy? Auméntanos la fe, porque continuamente a veces nos desviamos del Evangelio. ¿Por qué? Porque estamos ocupados en escuchar a veces nuestros miedos, nuestras inseguridades… No acertamos a escuchar tu voz, Señor, en nuestros corazones, en nuestras comunidades. Solo la fe en Dios y la confianza en Él, y la confianza mutua entre nosotros, podremos existir sobre la tierra. Quizá esta sea la aportación básica y fundamental de la fe cristiana. Ha sido la aportación a la historia, al conjunto de la humanidad. Y ha llegado el momento de volver a la fe que pedían los discípulos primeros. Y hoy nosotros lo hacemos, queridos hermanos. ¡Auméntanos la fe!

Jesús, ante aquella petición, respondió a los discípulos de esta manera, que tiene una belleza extraordinaria: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza…». ¡Qué pequeño es el granito de mostaza! Pero, a veces, nuestra fe es mucho más pequeña. Queridos hermanos: no terminamos de confiarnos a Dios. No terminamos de abandonarnos en Él. Porque es ahí donde se realiza la comunión, y se construye la comunión: en el abandono. Acudimos a Él, pero dejamos bien asegurada nuestra vida y nuestras cosas, por si acaso. Con esta imagen del grano de mostaza, Jesús nos está diciendo que cuando se cree en Él, cuando ponemos la confianza en Él, no hay obstáculos insalvables. Con Él todo es posible. Sí. La comunión, por supuesto. Y sin Él, nos quedamos a mitad de camino. El miedo, si os habéis dado cuenta, hermanos, es la enfermedad de nuestro tiempo. Y el antídoto para quitar los miedos es la confianza. La confianza en Dios.

Por eso, cuando dijeron los discípulos le dijeron: «auméntanos la fe», Jesús les respondió: «¡Seguidme!». Hermanos: vivimos en esta historia de la humanidad un momento quizá de desencanto; a veces, o muchas veces, de indiferencia; quizá nosotros mismos sintamos que nuestra fe pues, a veces, está bloqueada, está un poco desvanecida… ¿Es posible desbloquear esta amenaza? ¿Es posible descubrir de nuevo, en el fondo de nuestro ser, con una fuerza vital capaz de dinamizar toda nuestra vida humana? ¿Es posible? ¿Podemos creer de nuevo en esa dulce y secreta intuición de un Dios que nos quiere, que nos ama, cuya ternura la podemos experimentar en nosotros mismos? No nos pide nada especial: que nos acerquemos a Él.



Queridos hermanos: hoy es un día para acercarnos al Señor. Jesús, después de hablarles de esto, pasa a la imagen del grano de mostaza. Por eso dice: «Diríais a esa morera “arráncate de raíz y plántate en el mar” y os obedecería». La comparación al estilo oriental es exagerada, pero así queda grabada en la memoria. ¿Qué quiere decir Jesús con estas palabras? Jesús viene a decir que la confianza en Él exige una sana distancia de todo lo que nos aliena; de los principios y formas de funcionar que a veces tenemos en la vida, y que nos impiden vivir plenamente.

Queridos hermanos: Jesús termina, como habéis oído en el Evangelio, con una pequeña parábola de un campesino modesto que solo tiene un criado. Su jornada no termina en el campo, sino en su casa, donde tiene que preparar y servir la cena. Y Jesús invita a los que le están escuchando, a sus discípulos, a identificarse con la situación de este siervo. Somos unos pobres siervos: hemos hecho lo que teníamos que hacer. En el fondo, Jesús viene a decirnos a los discípulos que necesitamos considerarnos pobres siervos, sin pretensiones. En un mundo de soberbia, de búsqueda de reconocimiento y de poder, Jesús nos invita a la humildad, a no esperar agradecimientos y recompensas, a ser servidores del Reino y servidores entre nosotros.

En Jesús se nos revela la actitud justa ante la vida: vivir como hijos de Dios. Siempre somos hijos. Siempre somos amados por Dios, queridos hermanos. Un Dios que nos perdona y que nos busca. Desde esta experiencia de sentirnos amados por Dios sin medida ni condiciones, estamos todos invitados a amar como Él nos ha amado. Esta es la alegría. La fe en Jesús, queridos hermanos, es lo mejor que podemos ofrecer al mundo de hoy. Abrirnos a Dios y acoger esa manera de ser, de vivir como personas, como hombres y mujeres que queremos diseñar este mundo desde el amor de Dios, no desde nuestros egoísmos. Queridos hermanos: la referencia definitiva para nuestra vida y para toda la Iglesia es Cristo. Es Jesús. Es la razón última. Es el discurso definitivo sobre Dios. Nos lo ha dado Jesucristo, Nuestro Señor. Sobre el ser humano. ¿Qué es el ser humano? ¿Qué debe de ser? Nos lo ha dado Jesús. Él nos ofrece una plenitud de vida y de alegría que nadie podrá arrebatar. Pues, queridos hermanos, mirad: necesitamos recuperar el fuego que Él encendió en sus discípulos. Y necesitamos dejarnos contagiar por la pasión que Dios tiene por nosotros. Por su compasión también. Para poder regalar esta compasión a todo el que esté a nuestro lado. Si vivimos la comunión —como estamos celebrando hoy en esta diócesis nuestra, el día de la comunión, el Domingo de la Comunión, Unidos y diversos—, si acogemos a Jesucristo, si diseñamos nuestra vida desde esa vida que nos regala el Señor, transformaremos este mundo. Por eso, la oración de hoy podría ser para nosotros esta: «Señor, te confiamos lo que nos pesa, te confiamos también lo que nos separa de ti. En ti ponemos nuestra confianza. Que podamos recibir de ti, con claridad, cómo tenemos que vivir en este mundo, para construir un mundo a tu estilo, a tu manera, según el diseño que tú quieres que tengamos los hombres. Por eso también nosotros, como los primeros, te decimos "auméntanos la fe". Que no nos dediquemos a escuchar nuestros miedos ni nuestras inseguridades. Que acojamos tu vida en nosotros y nos pongamos a vivir de la seguridad que tú das al ser humano, que es diseñar su vida para dar en el otro al hermano, al que hay que levantar siempre, al que hay que dar la mano siempre, sea quien sea».

Este Jesús es el que se hace presente aquí en el altar y nos invita, por supuesto, a entrar en comunión con Él. Porque solo entrando en comunión verdadera con Él, entramos en comunión con todos los hombres, porque descubrimos que son mis hermanos. Que el Señor os bendiga y os guarde. Que nos haga vivir esta comunión. Y que nos haga vivir esta confianza absoluta en Él. Que así sea.







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