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Una vida inimaginable
Nuestro fundamento en esta otra vida es la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.


Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate



Los ritos y tradiciones de Todos santos hacen que nos acerquemos al misterio de la muerte de manera creyente. De hecho, en Veracruz, por la gracia de Dios, se siguen celebrando estas fiestas con los colores y sabores propios de nuestras comunidades y familias que de esta forma oran por sus difuntos, los sienten cercanos y los encomiendan a la misericordia de Dios.

Siguiendo, por lo tanto, con el tema de la muerte, vamos a pasar de la tradición a la reflexión a partir de la palabra de Dios que ilumina desde la fe cristiana este misterio.

Esta vez entra en escena otro grupo religioso que interactúa con Jesús. Se trata de los saduceos que niegan la resurrección de los muertos, y le plantean a Jesús una pregunta que cae en el terreno de lo anecdótico, aunque raya en lo ilógico y grotesco, al plantear que si una mujer se casó con siete hermanos, los cuales fueron muriendo de manera consecutiva, de quién será esposa en la vida eterna.

Como sucede con otras preguntas que enfrentó Nuestro Señor Jesucristo, esta tampoco lleva una recta intención, ya que los saduceos intentan atrapar a Jesús, menospreciar su respuesta y comprometer su autoridad como Maestro. La pregunta lleva, además, la tendencia de considerar la resurrección como una extensión de esta vida, así como la llevamos.

En este ambiente de confrontación y frente a las malas intenciones de sus interlocutores, el Señor Jesús sale fortalecido al lograr esquivar la trampa saducea, al mostrarnos cómo seremos en la eternidad y al liberarnos de falsas expectativas. A partir de la respuesta de Jesús debemos considerar que no podemos interpretar la resurrección con categorías temporales, como suele pasar incluso en otros temas religiosos. La resurrección es un proceso que escapa a nuestra comprensión porque es el paso a un nuevo modo de vida.



Por lo tanto, Jesús plantea que la otra vida no es continuidad de ésta, sino que será algo totalmente nuevo y definitivo. No debemos imaginar la resurrección como un retorno de la carne, aplicando las mismas categorías temporales. Esta vida futura que esperamos será como el niño en el seno de su madre que nada sabe de la vida que le espera, por más real que sea la vida que tendrá.

Pero si creemos que Dios es plenitud de vida, no podemos dejar de creer que quiere para nosotros y para siempre más vida. Nuestra esperanza no se apoya en argumentos humanos sino en la fe en Dios, que como señala Jesús a los saduceos: “no es un Dios de muertos sino de vivos, pues para él todos viven”.

De esta forma, Jesús con gran inteligencia cuestiona los fundamentos de los saduceos -que solo aceptaban la Torá-, al referirse a Moisés en el episodio de la zarza. Dios es nuestro Padre y la muerte de los hombres no deja a este Padre sin hijos a quienes llama, por medio de la resurrección, a la vida eterna.

Para los saduceos se trataba de un asunto teórico y tenían el interés de desprestigiar a Jesús, pero para muchos hermanos la realidad del sufrimiento que provoca la muerte de sus seres queridos no es una cuestión intelectual sino existencial, por lo que es apremiante y urgente seguir dando a conocer este evangelio, conforme a las palabras de San Pablo: “Oren por nosotros para que la palabra del Señor se propague con rapidez y sea recibida con honor, como aconteció entre ustedes”.

Por lo tanto, la fe en la otra vida es la única que puede dar verdadero sentido a la historia y al progreso. Si la muerte es el final absoluto, la historia humana no es distinta de una historia natural, en la que los individuos mueren en beneficio de la especie.



Hay otra vida, absolutamente otra, impensable e inimaginable, que sólo podemos creer y esperar, la cual queremos alcanzar por medio de la resurrección de Cristo. Son muchos los que buscan, se esfuerzan, se arriesgan y se ofrecen por completo para llegar a alcanzarla, como los macabeos que no temen morir y enfrentar al tirano al mantenerse inconmovibles en sus tradiciones, pues saben que Dios les hará justicia, como se nota en su misma profesión de fe: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.

Nuestro fundamento en esta otra vida es la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, que ha vencido la muerte y el pecado. El mensaje de la Palabra de Dios este domingo debe animarnos a vivir con coherencia y con valentía nuestra fe cristiana para participar después de la plenitud de vida en Cristo resucitado. De esta forma, al final de nuestra vida podemos decir con el Salmo 16: “Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro”.







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