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«¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?»
Reflexión del domingo XXVIII del Tiempo Ordinario Ciclo C


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: “¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?”» (Lc 17,15-17).

En este domingo XXVIII del Tiempo Ordinario vuelve el Señor a hacer hincapié en el mismo mensaje que transmitía la semana pasada, es decir, el nexo inherente que existe entre la fe y la humildad, aunque en esta semana el Señor refuerza su mensaje al ser personas que no pertenecen a su Pueblo los que respondan con agradecimiento ante el hecho de su salvación.

Mientras rezaba al comenzar esta reflexión venían a mi mente las palabras que Cristo dice en otro pasaje del Evangelio a los fariseos: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras os precederán en el Reino de Dios» (Mt 21,31), haciéndonos el Señor hoy una seria llamada a la conversión, teniendo presente también las palabras que dice Cristo en otro pasaje del Evangelio: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti» (Mt 11,21.23-24).

Ya en la Primera Lectura, con la humildad de Naamán el sirio, un hombre pagano, ante lo que le dice el Profeta Eliseo para que sane de la lepra, y la posterior conversión a Dios del sirio tras su sanación (2 Re 15,17), muestra el Señor la humildad necesaria para experimentar el amor gratuito de Dios.

Mientras leía, no dejaba de resonar en mi corazón el «Magníficat» de María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque el Poderoso ha hecho en mi favor maravillas, Santo es su nombre y su misericordia alcanza a sus fieles de generación en generación» (Lc 1,46-50), porque este fragmento del Magníficat sintetiza de forma clara y nítida el mensaje que nos transmite el Señor hoy con su Palabra.



Los diez personajes del pasaje del Evangelio de hoy tienen en común la enfermedad de la lepra y el estigma social que sufrían como su consecuencia más inmediata. Nueve de ellos pertenecen al Pueblo de Dios, pero se da la circunstancia de que el único que proclama la grandeza de Dios como lo hizo nuestra Madre la Virgen María, es el leproso que no pertenecía al pueblo de Israel, el leproso extranjero: «Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?» (Lc 17,15-17).

Me llama la atención cómo los nueve leprosos, que han experimentado el tener que dejar el pueblo, el ser considerados «impuros» por el resto del pueblo, no agradecen ser salvados gratuitamente. Cuando uno no da las gracias por algo es porque piensa que merece lo que se le está concediendo. Cree que no se le está regalando nada. Y esta es la actitud soberbia de los nueve judíos que choca totalmente con la del leproso extranjero, que sintoniza de forma perfecta con el Magníficat de María y con la respuesta de Naamán el sirio en la Primera lectura.

Así, la principal llamada que nos hace Dios hoy es la siguiente: «Y sed agradecidos» (Col 3,15). El Señor nos invita hoy a hacer memorial de su actuación en nuestra vida y tomar conciencia de lo mucho que nos ha amado, de tanto amor y tanta gracia que ha derrochado con cada uno de nosotros; a tomar conciencia de que «el Señor no nos trata como merecen nuestros pecados» (Sal 103,10), y nos invita a tener hoy la actitud de María y la de Naamán, que dice después de su sanación: «Ahora conozco bien que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Que se dé a tu siervo, de esta tierra, la carga de dos mulos, porque tu siervo ya no ofrecerá holocausto ni sacrificio a otros dioses sino al Dios de Israel» (2 Re 5,15.17).

Muchas veces el maligno logra borrar o nublar la obra que Dios va haciendo con cada uno de nosotros pero el Señor nos invita hoy a combatir esa tentación con un corazón humilde, dando gracias y bendiciendo al Señor, tal y como hace el mismo Jesucristo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito» (Mt 11,25-26); a darle gracias como María, proclamando lo que ha hecho en nuestra vida: «¡Sí, grandes cosas ha hecho, maravillas, ha hecho el Señor con nosotros!» (Sal 126,3), llevando a nuestra vida lo que dice San Pablo en una de sus epístolas: «Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Co 5,15).

Porque la verdadera respuesta a la acción de Dios es darle la vida, vivir con Él, por Él y para Él. «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti» (Mt 11,21.23-24). Feliz domingo.









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