Las tentaciones y peligros del dinero
Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate

La Palabra de Dios nos alerta respecto de las injusticias, la corrupción, los estragos y la descomposición que suele provocar el dinero en la vida de la sociedad e incluso en nuestra vida personal a pesar de no contar con una fortuna.
El profeta Amós se lanza contra esa sociedad opulenta que había fabricado su éxito a costa de la corrupción, de las injusticias y de la explotación de los pobres.
En el nombre de Dios, Amós dirige esta palabra para que el pueblo tenga presente que Dios está viendo toda esta podredumbre. Esta situación se ubica en la época del rey Jeroboán II, alrededor de setecientos años antes de Jesucristo.
Amós señala enérgicamente lo que se esconde detrás de este panorama de riqueza. Denuncia lo que hacía posible que pocos ricos vivieran holgadamente, ya que la estafa, la trampa y la corrupción más descarada estaban a la orden del día. Algunos habían alcanzado la riqueza a costa de los pobres que no disponían de otra posibilidad que la fuerza de sus brazos y tenían que venderse al servicio de los poderosos. La situación de burla y escándalo se deja ver, como dice Amós, en el hecho de que: “obligan a los pobres a venderse y los compran por un par de sandalias”.
El profeta en conciencia tiene que referirse a esta terrible situación de injusticia que prevalecía, con el silencio cómplice de una sociedad sometida a esta burla. Por eso, Dios habla por boca del profeta para dirigir su sentencia: “El Señor, gloria de Israel, lo ha jurado: No olvidaré jamás ninguna de estas acciones”.
Como tampoco lo olvida Jesús cuando en el evangelio vuelve a referirse a este tema delicado del dinero que sigue provocando sufrimiento, desigualdad e injusticias en nuestra sociedad.
Aunque en muchos casos nos justificáramos pensando que no explotamos a los pobres ni compramos con dinero a gente necesitada, el problema es que teniendo poco o no teniendo nada, el dinero puede estropear nuestra vida, convirtiéndonos en gente angustiada por tener e incapaz de disfrutar de a vida; en gente que nunca esté en casa porque se encuentra trabajando de manera excesiva para tener la posibilidad de vivir con lujos; en gente egoísta que adulando a los superiores y sometiéndose a un sistema de corrupción, busque la manera de ser promovida en el trabajo.
Al referirse a esta parábola comenta el Papa Benedicto XVI: “En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. Es incisiva la conclusión del pasaje evangélico: ‘Ningún siervo puede servir a dos amos: porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo’. En definitiva -dice Jesús- hay que decidirse: ‘No pueden servir a Dios y al dinero’ (Lc 16, 13)”.
Señala en esta misma reflexión el Papa emérito que cuando se opta por el dinero y la lógica del lucro: “aumenta la desproporción entre pobres y ricos, así como una explotación dañina del planeta”.
Todos podemos ser afectados por el poder seductor del dinero. Sin embargo, con toda razón San Pablo, en la primera carta a Timoteo, invita a hacer oración por todos los hombres, y en particular, por los jefes de Estado y las autoridades ante la responsabilidad tan grande que pesa sobre ellos en la tarea de crear estructuras de justicia y de paz que garanticen el bienestar de todos.
Sigue habiendo señalamientos fuertes sobre cómo algunas personas con cargo público confiscan grandes cantidades de dinero y se aprovechan de su cargo para conseguir dádivas o enriquecerse de manera deshonesta, como el administrador de la parábola. En algún momento de su vida han derribado el muro entre el bien y el mal, generando una vida y un sistema de corrupción.
Habrá que insistir, por lo tanto, en la oración, como señala San Pablo, “para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido”.
Además de la oración no olvidemos la realidad que nos rodea, como señala san Juan Pablo II:
“No sería cristiano, ni siquiera humano, que, en tiempos difíciles de crisis económica y de grave desocupación, quienes se encuentran libres de tales problemas mantuvieran un ritmo de vida hecho de ostentación, de lujo y de consumismo, que constituiría una ofensa para tantas familias”.


