Menu


«Ningún criado puede servir a dos señores»
Reflexión del domingo XXV del Tiempo Ordinario Ciclo C


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero» (Lc 16,13).

Después del paréntesis de la semana pasada en la que el Señor nos regalaba una Palabra en la que nos recordaba su infinita misericordia con nosotros y su llamada a ser misioneros de su Misericordia con los demás, en este domingo vuelve el Señor a retomar el hilo de lo que lleva diciéndonos en estos domingos del Tiempo Ordinario, que como digo, es un tiempo totalmente extraordinario, recordándonos aspectos esenciales del seguimiento de Jesucristo.

Así, hoy vuelve el Señor con una clara advertencia frente a las falsas seguridades que nos presenta el maligno y que hacen que nos alejemos o apaguemos la gracia de Dios dentro de nosotros. Así, dirá en el Evangelio de hoy: «Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero» (Lc 16,13). Ya dirá San Pablo en una de sus epístolas: «La raíz de todos los males es el afán de dinero»  (1 Tim 6, 10), y ¡qué verdad encierra esa frase!

Hay muchísimos casos reales en los que por afán de dinero se hace daño, hasta el punto de producir muertes, sin escrúpulos de ninguna especie. No importa el ser humano. Lo único que interesa es ganar dinero. Y en la primera lectura lo denuncia el Señor por boca del Profeta Amós: «Escuchad esto los que pisoteáis al pobre y queréis suprimir a los humildes de la tierra, diciendo: «¿Cuándo pasará el novilunio para poder vender el grano, y el sábado para dar salida al trigo, para achicar la medida y aumentar el peso, falsificando balanzas de fraude, para comprar por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano?» (Am 8,4-6).

El Señor nos advierte de la facilidad con la que el corazón humano puede apegarse al dinero y cómo es necesario estar preparados y combatir para no caer en estas tentaciones que nos presenta el maligno todos los días: «Todo esto te daré si postrándote me adoras.» Dícele entonces Jesús: «Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto» (Mt 4,9-10); «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6,4-5).



Así, el Señor nos llama a vivir siendo UNO CON CRISTO, profundizando en la intimidad con Él por medio de la oración, de la escucha de su Palabra, de los sacramentos, principalmente la Eucaristía, viviendo con Él y como Él: «Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo» (Flp 2,3-5), «el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2 Co 8,9).

Y si Cristo vivió totalmente desprendido de bienes materiales e incluso de su propia voluntad, haciendo siempre la voluntad del Padre, ¿cómo se puede pretender ser cristiano y querer vivir de forma diferente y hasta opuesta a la que vivió el mismo Jesucristo? Así, volverá a decir el mismo Jesucristo: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,19-21).

Porque la clave de todo está en el corazón. ¿Dónde está puesto hoy mi corazón? Las personas que tienen puesto su corazón en el dinero pueden llegar a perder los escrúpulos y destruir a cualquiera con tal de conseguirlo, o llegar a malvivir con tal de no gastarlo. El Señor nos invita a levantar el corazón hacia Él, a vivir tan unidos a Él en esta vida que podamos decir como San Pablo: «Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor» (Flp 1,21.23)

Que en todas las celebraciones de la Eucaristía cuando el presidente diga: «Levantemos el corazón», podamos responder con honestidad: «Lo tenemos levantado hacia el Señor», «porque todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo» (Flp 3,8).

Así, resuena en mi corazón la invitación de Jesucristo: «Dad más bien en limosna todo lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros» (Lc 11,41), y como dirá también San Pablo: «Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador» (Col 3,1-3.5.9-10). Feliz domingo.









Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |