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Mito 32

El Ave María, comenzó en la última mitad de 1508 A.D.



Por: Catholic,net | Fuente: Catholic.net



Mito 32. El Ave María, comenzó en la última mitad de 1508 A.D.

Fue terminado 50 años después y finalmente fue aprobado por el Papa Sixths V, al final del décimosexto siglo.

Refutación y Argumentos Católicos

Aquí el problema no es que en la Iglesia se comience a rezar el avemaría a partir de una fecha u otra, sino que para el autor de este mito, el hombre no tiene por qué recurrir a María para contar con su intercesión. El mito descuida, en efecto, que el avemaría es una muestra de la admirable conjunción en la Iglesia del aspecto divino y el eclesial: no puede negarse la presencia de la acción divina en las palabras pronunciadas por el ángel y santa Isabel, por otro lado, la Iglesia goza de la asistencia del Espíritu Santo que prometió la guiaría hasta la verdad completa (Jn 16,13). Por otro lado, todo lo que el vicario de Cristo ate o desate en la tierra quedará atado o desatado en el cielo por boca del mismo Cristo (Mt 16,19). Hay, pues, continuidad entre la acción del Espíritu Santo antes, ya que Dios no puede engañarse ni engañarnos.

El avemaría es, por lo tanto, una oración bíblica.

1. La primera parte se remonta a Lucas 1,26-28:
"Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Y a Lucas 1,42:
"Y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno".

2. La segunda parte se remonta igualmente a la Biblia en cuanto a su sentido, sólo que su elaboración literal es posterior y de origen eclesiástico, pero está en sintonía con la Biblia:
Santa María Madre de Dios: "Y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1,43).

"Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén": que María puede interceder por nosotros, no nos cabe la menor duda. Lo hizo en Caná: "Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino». Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,3-5).

De hecho, en el Apocalipsis los santos del cielo pueden interceder en favor o en contra de los habitantes de la tierra. ¡Con cuánta mayor razón la "Madre del Señor" !: "Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los degollados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que mantuvieron. Se pusieron a gritar con fuerte voz: «¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin tomar venganza por nuestra sangre de los habitantes de la tierra?» Entonces se le dio a cada uno un vestido blanco y se les dijo que esperasen todavía un poco, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a ser muertos como ellos" (Ap 6,9-11).

No es correcto decir que esta oración inicia en el 1508. Los datos siguientes hablan por sí solos.

El saludo del ángel y el macarismo de Isabel ("dichosa la que ha creído...")se encuentran ya unidos en Severo de Antioquía (+ 538). En efecto, Severo se hace eco de ello en una fórmula ritual del bautismo (cfr Acta Sanctorum VII). De hecho, hay un testimonio arqueológico interesante: en Lúxor, Egipto, se ha encontrado un óstracon (inscripción en vasijas de barro) con las palabras del ángel y de santa Isabel formando parte de un todo. Más aún para el 749 San Juan de Damasco las hace objeto de sus homilías. También figura en occidente, en la así llamada "Vida de san Ildefonso", atribuida a san Julián de Toledo (S. IX). Su uso quedó generalizado gracias a los antifonarios gregorianos como ofertorio para el IV domingo de adviento. En el S. XII la práctica se acentúa como puede constatarse en el Sermón III in Missis de san Bernardo. Los obispos encarecen entonces su aprendizaje por parte de los fieles, como Odón de Soliac en 1198. Gracias a Urbano IV la Iglesia añadió los nombres de «María» -"Dios te salve, María

Nada mejor que el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica para explicarnos el significado del avemaría:

2674 Desde el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y a las hermanas de su Hijo, "que son peregrinos todavía y que están ante los peligros y las miserias" (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de él: María "muestra el Camino" ["Hodoghitria"], ella es su "signo", según la iconografía tradicional de Oriente y Occidente.

2675 A partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios. En los innumerables himnos y antífonas que expresan esta oración, se alternan habitualmente dos movimientos: uno "engrandece" al Señor por las "maravillas" que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella, en todos los seres humanos (cf Lc 1, 46-55); el segundo confía a la Madre de Jesús las súplicas y alabanzas de los hijos de Dios ya que ella conoce ahora la humanidad que en ella ha sido desposada por el Hijo de Dios.

2676 Este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave María:

"Dios te salve, María [Alégrate, María]". La salutación del Angel Gabriel abre la oración del Ave María. Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y a alegrarnos con el gozo que El encuentra en ella (cf So 3, 17b)

"Llena de gracia, el Señor es contigo": Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquél que es la fuente de toda gracia. "Alégrate... Hija de Jerusalén... el Señor está en medio de ti" (So 3, 14, 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es "la morada de Dios entre los hombres" (Ap 21, 3). "Llena de gracia", se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo.

"Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús". Después del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel. "Llena del Espíritu Santo" (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga serie de las generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48): "Bienaventurada la que ha creído... " (Lc 1, 45): María es "bendita entre todas las mujeres" porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las "naciones de la tierra" (Gn 12, 3). Por su fe, María vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su vientre.

2677 "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros... " Con Isabel, nos maravillamos y decimos: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1, 43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra; podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora para nosotros como oró para sí misma: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en la voluntad de Dios: "Hágase tu voluntad".

"Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte". Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la "Madre de la Misericordia", a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos "ahora", en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde ahora, "la hora de nuestra muerte". Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra (cf Jn 19, 27) para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso.

2678 La piedad medieval de Occidente desarrolló la oración del Rosario, en sustitución popular de la Oración de las Horas. En Oriente, la forma litánica del Acathistós y de la Paráclisis se ha conservado más cerca del oficio coral en las Iglesias bizantinas, mientras que las tradiciones armenia, copta y siríaca han preferido los himnos y los cánticos populares a la Madre de Dios. Pero en el Ave María, los theotokia, los himnos de San Efrén o de San Gregorio de Narek, la tradición de la oración es fundamentalmente la misma.

2679 María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos (cf Jn 19, 27) a la madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y a ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la oración de María. Le está unida en la esperanza (cf LG 68-69).




 

 

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