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Todos vendrán y verán mi gloria
Un solo Dios, y un solo pueblo, congregado en el mismo banquete.


Por: Pbro. Francisco Ontiveros Gutiérrez | Fuente: Semanario Alégrate



¿Quién fue el profeta Isaías?

Realmente son muy pocos los datos que tenemos sobre el profeta Isaías. Sabemos que debió nacer cerca del 760, y que su padre se llamaba Amós. Parece que nació en Jerusalén, y su desarrollo se vio envuelto entre todas las celebraciones, fiestas y tradiciones religiosas de este ambiente. Su fe y su predicación se fundamenta en dos grandes instituciones de la época: la monarquía y la capital. Siendo muy joven, tal vez cuando tenía unos 20 años, cerca del 739, recibió su vocación en una sorprendente teofanía. En su mismo texto expresa que contrajo matrimonio. También sabemos que tuvo dos hijos y les puso nombres simbólicos. Una tradición recogida por algunos santos padres (Tertuliano y Jerónimo), sostiene que fue asesinado por el rey Manasés. (cfr. José Luis Sicre, Introducción al profetismo.

El tercer Isaías

Con el nombre de “tercer Isaías”, Todos vendrán y verán mi gloria se reconoce al profeta anónimo cuyo mensaje vibra en los finales del libro de Isaías, los temas que trata este profeta aluden al compromiso de la comunidad hebrea con los pueblos paganos, habló sin reservas del final de los tiempos, en las que todas las naciones atraídas por el testimonio de la comunidad judía, convocada junto al templo, reconocerían el señorío de Dios sobre el cosmos entero. Es precisamente en este contexto en el que se enmarca el texto de Is 66 18,21.

Yo vendré a reunir todas las naciones (Is 66,18)



El primero en vencer la xenofia (rechazo a los extranjeros) y la aporofobia (desprecio a los pobres), es Dios mismo, quien nos muestra con sus acciones que todos somos hijos del Padre y gozamos de la misma dignidad. “Yo vendré a reunir a todas las naciones de toda lengua” (Is 66,18). Esta es la promesa de Dios sobre el final de los tiempos, al final todos seremos unos, cumpliéndose, de este modo, la petición de Jesús en el huerto “que todos sean uno” (Jn 17,21). En esta unidad a la que Dios llama como promesa para el final de los tiempos, todos verán la gloria de Dios. Y todos, como una ofrenda vendrán a la presencia del Señor, hasta la montaña sagrada.

El extranjero no es enemigo

Con esta bella profecía de Isaías, con la que se expresa el gran designio de Dios, por medio del cual Él ha querido reunir de todas las naciones a sus hijos, se expresa la grandeza del amor de Dios, en el cual es Él mismo el autor del progreso humano, que se realiza por medio de la convivencia de todos en el mismo banquete en la presencia de Dios. Esta profecía nos llena de emoción y alegría, pues al final de los tiempos seremos congregados juntos, alrededor de la mesa del banquete celestial, fraternidad que comenzamos a degustar desde ahora. El eco del profeta resuena en nuestros oídos animándonos a vivir en la solidaridad y la armonía. Un solo Dios, y un solo pueblo, congregado en el mismo banquete.







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