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«Señor, ¿son pocos los que se salvan?»
Reflexión del domingo XXI del Tiempo Ordinario Ciclo C


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Uno le dijo: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. El les dijo: “Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’”» (Lc 13,23-25).

Continúa el Señor en este domingo del Tiempo Ordinario transmitiendo de forma insistente el mensaje que ha ido revelándonos durante estos domingos anteriores. El Señor no se cansa de seguir haciendo llamadas a la conversión, de manifestar el gran deseo que le embarga a Dios: «Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2,4); «¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado - oráculo del Señor- y no más bien en que se convierta de su conducta y viva?» (Ez 18,23).

Porque hemos sido creados para Dios, para el amor, pero, el Señor es un caballero y siempre respetará nuestra libertad. No violenta ni abusa de su poder. Desea ser amado libremente. Como decía San Agustín: «Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti».

Porque ciertamente cada día de nuestra existencia se nos ofrece la posibilidad de elegir entre estar con Cristo o estar contra Él. El Señor nos habla, nos seduce, y al mismo tiempo nos presenta la paradoja de encontrar la Vida Eterna por medio de la Cruz, frente al enemigo del hombre, el maligno, que nos presenta de forma falaz la vida con los ídolos de este mundo, adulándonos, haciéndonos creer que somos Dios (Gn 3), pero cuando uno cae en sus engaños, no experimenta sino el mayor de los vacíos, la angustia, la muerte: «Porque el salario del pecado es la muerte» (Rm 6,23).

Por eso, hoy habla el Señor con gran claridad mostrando el camino hacia la Vida Eterna, hacia la salvación, que no es sino Él mismo (Jn 14,6): «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán» (Lc 13,24). El Señor va al núcleo del mensaje evangélico en el pasaje de hoy: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros» (1 Jn 4,10-11). El Señor espera hoy la respuesta a su amor incondicional y humanizador hacia cada uno de nosotros. El Señor no quiere palabrerías, gestos de cara a la galería, sino que el Señor desea que seamos UNO CON ÉL, que le amemos. Así, mientras rezo con esta Palabra resuenan en mi corazón unos versículos del Evangelio de San Mateo: «No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21). Porque amar a Cristo es dejar que Él tome posesión totalmente de nuestra existencia de tal forma que, como dice San Pablo: «Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2,20).



Al Señor no le agrada ser compartido. El desea ser amado totalmente, tal y como ha revelado el mismo Dios: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6,4-5). El Señor quiere purificar nuestros corazones y quiere que colaboremos con Él en ese proceso entrando por la puerta estrecha, que es Él mismo. Nos invita a configurarnos con Él por completo, para poder experimentar la verdadera VIDA, la victoria sobre la muerte, el poder amar: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,9-10).

Por ello, no es un juego seguir a Jesucristo. No es algo banal: «El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12,30). El Señor nos llama a amarle, a no permitir que la idolatría nos separe de Él, porque son tantas las idolatrías, pero el Señor es fiel. Él es el fuerte y con su ayuda, con la ayuda del Espíritu Santo, se puede vivir amando a Dios, combatiendo constantemente por medio de la oración, de la escucha de la palabra de Dios, de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía. Dirá Jesucristo: «El que me ama guardará mi palabra» (Jn 14,23). Nos invita el Señor a no dialogar con el maligno, de la misma forma en que no lo hizo Él, y sí a tener la actitud de María, que es la misma que la de Cristo: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).

Sería terrible que al final de nuestra vida el Señor no nos permitiese entrar donde está Él porque en esta vida no hemos querido estar con Él. Leía una vez la frase, cuyo autor no recuerdo, que decía: «Si no rezas, ¿para qué quieres ir al Cielo?» «Es cierta esta afirmación: Si hemos muerto con él, también viviremos con él; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo» (2 Tim 2,11-13).

El Señor nos anima a no tener miedo de amarle en la cruz concreta que nos ha dado en nuestra vida, a no tener miedo de seguirle, de darle nuestras vidas, porque es Él el único que da plenitud a la existencia, aunque de la forma en que Él quiere, no en la que uno desea: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?» (Mt 16,24-26).

Así, resuenan todavía en mi corazón las palabras de San Pablo que se proclamaron en la Eucaristía del domingo pasado, y que sellan el mensaje que Cristo ha querido volver a transmitir en este día: «Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,1-2). Feliz domingo.









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