«¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra?»
Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net
«He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! ¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres» (Lc 12,49-51).
Celebramos hoy el domingo XX del Tiempo Ordinario, que como siempre digo, es un tiempo totalmente extraordinario debido a la riqueza de la Palabra que el Señor nos regala domingo tras domingo a través de la liturgia de la Iglesia. Así, aunque estemos en agosto, un tiempo de asueto, de desconexión, de descanso, de vacaciones, el Señor viene siempre en nuestra ayuda con una Palabra para evitar que no desconectemos de Él, que nos ayude a no perder el norte de nuestra existencia, que no es sino dar gloria a Dios, aquí y ahora, y en plenitud cuando nos encontremos con Él cara a cara, que es la verdadera voluntad de Dios: «No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión» (2 Pe 3,9).
Y viene el Señor hoy con una Palabra con la que nos manifiesta uno de sus deseos más profundos. Es como si expresase el dolor que siente ante la tibieza, la mediocridad o la falta de amor y de configuración con Él con la que vivimos ante la necesidad de este mundo que sufre, desencantado, de espaldas a Dios, a la verdad, de conocerle y de experimentar su amor gratuito.
El demonio avanza a velocidad terminal en nuestra sociedad y se ríe panza arriba ante la lentitud, la tibieza, la poca resistencia que le hacemos en la Iglesia, discutiendo entre nosotros si este es más conservador o aquél más progresista, en lugar de tomarnos a Cristo en serio de una vez por todas y entregarle nuestras vidas identificándonos con Él, encarnando las palabras que nos dice San Pablo en la segunda lectura de hoy: «Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudámonos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,1-2).
Porque como nos dirá San Pablo en otras citas de sus epístolas: «Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Co 5,14-15); «¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Co 6,12). El Señor nos ha adquirido para Él pagando el precio de su propia vida. Nos ha comprado para una misión concreta: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16).
Por eso el Señor nos amonesta hoy y nos llama a SER UNO CON ÉL, dejando toda idolatría que nos separa de Él. No es cosa de juegos seguir a Cristo. El demonio no juega en su labor. Seguir a Cristo es algo del que no sólo depende nuestra vida sino la de nuestra sociedad, por lo que es importante y necesario que nos lo tomemos en serio: «Y si llamáis Padre a quien, sin acepción de personas, juzga a cada cual según sus obras, tomad en serio vuestro proceder en esta vida» (1 Pe 1,17); «El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12,30); «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero» (Mt 6,24).
Cristo desea inflamarnos con su fuego, que SEAMOS UNO CON ÉL para ser luz en esta generación que vive dominada por las tinieblas. Y donde tiene lugar esta unión del Señor con cada uno de nosotros es en la Cruz. La próxima semana celebraremos la Fiesta de la Asunción de la Virgen, que nos revela lo que nos espera si vivimos en fidelidad a Cristo en la cruz concreta de cada día, amándole muriendo a nosotros mismos por Él, viviendo para Él, como hizo María, que se humilló y fue ensalzada y asunta al Cielo, donde nos espera el Señor para vivir eternamente siendo UNO CON ÉL en la Gloria, si lo hemos sido también en la Cruz: Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,24-25); «para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente; iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos» (Ef 1,17-18).
Y si somos UNO CON CRISTO, haciendo lo que le agrada al Padre (Jn 8,29), en este mundo lo que nos espera no es sino la persecución. Si no somos perseguidos debemos preguntarnos si estamos haciendo lo que le agrada a Dios o lo que le agrada al mundo, porque muchas veces, por no decir siempre, son incompatibles. «Porque ¿busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo» (Gal 1,10).
Recuerdo la experiencia de una mujer cristiana muy cercana a mí cuando quedó embarazada de su cuarto hijo y en la sala de espera del centro médico fue tratada como una delincuente por las demás personas que se encontraban allí. Era un escándalo para esta gente que una mujer culta estuviese esperando su cuarto hijo. Y fue objeto de insultos, burlas, desprecios. Y, como dice el evangelio de hoy, de incomprensiones por sus propios padres y hermanos.
Es que en el mundo apóstata de hoy, se aplaude y vitorea a las prostitutas, drag Queens pero se desprecia e insulta a los cristianos. Pero Cristo ya nos lo había dicho. Y vuelvo y repito que si no somos perseguidos sino que somos amados, adulados, etc., por la sociedad en que vivimos es porque de alguna forma no somos fieles a Cristo. No decimos la verdad por miedo a desentonar, a quedar mal, a que nos “crucifiquen”. ¡PERO SI PARA ESO NOS HA LLAMADO EL SEÑOR! No para que el mundo nos quiera sino para salvar al mundo. Oremos, profundicemos y démosle a Dios lo que es de Dios, que es nuestra vida. Dejemos que el fuego de Cristo nos inflame totalmente. ¡Feliz domingo!