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«Las cosas que preparaste, ¿para quién serán?»
Reflexión del domingo XVIII del Tiempo Ordinario Ciclo C


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Y dijo: “Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea”. Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”. Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios» (Lc 12,18-21).

Viene el Señor hoy en la celebración de este domingo XVIII del Tiempo Ordinario con una Palabra seria, de corrección y de Vida. Es una Palabra iluminadora, una Buena Noticia para todos, que debe ser transmitida a todos, en esta generación que es catalogada por muchos como una generación aletargada, anestesiada o adormecida.

Ciertamente vivimos inmersos en lo que nuestro querido Papa San Juan Pablo II denominó «Cultura de muerte», que vive de espaldas a la verdad, adormecida, engañada, ante la realidad que compartimos todos los seres humanos junto con el resto de seres vivos: «La vida es limitada y finita.»

Nos acostamos todas las noches pensando erróneamente que vamos a despertar. Salimos de casa pensando que vamos a volver a entrar. No somos conscientes de la fragilidad de nuestra existencia. Recuerdo el caso verídico de un hombre muy inteligente, gran abogado, al que a los 34 años de vida se le diagnosticó un cáncer galopante que acabó con su vida en aproximadamente tres meses. Una vez que fui a visitarle al hospital me decía lleno de ira: «¡Nadie me dijo nunca que podía pasarme esto! ¡He vivido engañado toda mi vida!»

Así, Cuando aparece cercana la realidad de la muerte padecemos el shock de tomar conciencia de que la vida no está asegurada, de que en el lugar y en el momento más insospechado se nos puede arrebatar la existencia de una forma tan cruel como inhumana.



Porque en esta cultura en la que vivimos se intenta impedir que nos hagamos los interrogantes que más tarde o más temprano llegan a la mente de toda persona.

Uno de los grandes engaños del maligno es sugerir y negar con rotundidad la existencia de la vida eterna, hacernos creer a todos que SOMOS DIOS de nuestra existencia (Gn 3), que somos Dios, alimentando de esa forma la soberbia hasta límites insospechados, con la absolutización del relativismo que tiene como consecuencia. Y Así, con este engaño, se intenta ocultar cualquier signo que haga presente o que evidencie a la sociedad la fragilidad y fugacidad de la existencia. Así, los tanatorios parecen centros comerciales, y se elimina sin compasión ninguna, bajo la apariencia de bien, cualquier pequeño indicio de debilidad. Cada vez hay menos niños con síndrome de Down, va creciendo el número de residencias para personas mayores olvidadas, se presenta la eutanasia como lo mejor para los enfermos incurables, etc. Es lo que nuestro querido Papa Francisco ha denominado la «Cultura del Descarte.»

Pero lo más sobresaliente, como dije anteriormente, es el haberle hecho creer a la gente que el que se muere es el otro, que el cáncer es para el otro, produciendo una especie de estrés postraumático cuando llega a nuestras vidas el fallecimiento de un ser querido, una enfermedad terminal, etc., pareciendo estar en una especie de sueño y cayendo en un gran shock al aterrizar en la realidad: Que nos morimos.

Así, ya en el Salmo responsorial de la liturgia de hoy se nos dice: «Porque mil años en tu presencia son un ayer, que pasó, una vigilia nocturna. ¡Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato!» (Sal 89,4.12) Porque ciertamente, me llega el adjetivo con el que corrige Dios hoy: «¡Necio!» (Lc 12,20)

Porque no hay mayor gracia en la vida que conocer el amor de Dios, que conocer a Jesucristo, que experimentar y tener la certeza de que existe la Vida Eterna. Y no, como decía Marx, como una forma de evasión de la realidad, sino como una forma de vivir la realidad con mayor profundidad progresando en el autoconocimiento y en el amor a Dios y a los demás. Porque sin Jesucristo, la vida se reduce a lo que se nos dice en la primera Lectura: «¡Vanidad de vanidades! - dice Qohélet -, ¡vanidad de vanidades, todo vanidad!» (Ecl 1,2) Vienen a mi mente mientras escribo, las palabras de Santa Teresa de Jesús: «La vida es una mala noche en una mala posada» (Camino de Perfección).



Así, en la segunda lectura nos revela el Señor cuál debe ser la finalidad de nuestra existencia ante la realidad en la que vivimos: «Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él. Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría» (Col 3,1-5). Y hace hincapié San Pablo en la frase: «No sigáis engañándoos unos a otros» (Col 3,6), en lo referente al seguimiento de Cristo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?» (Mt 16,24-26). No podemos seguir a Cristo por otro camino que no sea Él mismo (Jn 14,6), Cristo crucificado: «En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!» (Gal 6,14), porque como dice el mismo Jesucristo: «El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12,30)

Porque seguir a Jesucristo lleva implícito el combate ante aquel que intenta arrebatarnos la fe y la vida eterna, por lo que es necesario estar unidos a Él con la oración, la escucha de su Palabra, los sacramentos, especialmente la Eucaristía. Porque el maligno intenta tentarnos como lo hizo con el mismo Jesucristo: «Todo esto te daré si postrándote me adoras.» Dícele entonces Jesús: «Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto» (Mt 4,9-10).

El Señor nos invita hoy a amarle, a SER UNO CON ÉL, haciendo tesoros en el Cielo, dónde está Él, y de dónde vendrá a buscarnos: «En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,2-3). Por tanto: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,19-21); «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre». (1 Jn 2,15-17). «Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?» (Mt 16,26). Feliz domingo.







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