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«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá»
Reflexión del domingo XVII del Tiempo Ordinario Ciclo C


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Yo os digo: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!”» (Lc 11,9-10.13)

En este domingo XVII del Tiempo Ordinario nos regala el Señor a través de la Liturgia de la Iglesia una Palabra con la que quiere ayudarnos a vivir en comunión con Él. Me alegra esta Palabra porque me recuerda que Dios es Padre, un Padre bueno, que está solícito, como cualquier padre, para que no les falte de nada a sus hijos, pero sobre todo, que no les falte lo más importante: «Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11,13). Porque Dios quiere que vivamos siempre como Hijos suyos unidos a Cristo por el Espíritu Santo. Dios quiere darse a Sí mismo a cada uno de nosotros. Y para eso necesitamos la oración.  Porque tal y como dice el mismo Jesucristo: «Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26,41).

Así que lo primero de todo es aceptar nuestra debilidad, que necesitamos del Señor para poder vivir como le agrada a Dios, para poder hacer su voluntad: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Así, somos conscientes de nuestra debilidad pero también de la magnanimidad y grandeza de Dios, que nos ama y nos concede este tesoro de la filiación divina: «Pero llevamos este tesoro en vasos de barro para que se manifieste que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros» (2 Co 4,7). Y la vida cristiana es un combate que el mismo Jesucristo vivió y venció. Y para poder vencer es necesario estar unidos a Cristo con la oración, con la escucha de la Palabra, con los sacramentos, viviendo en oración constante, tal y como nos recomienda San Pablo: «Orad constantemente» (1 Tes 5,17).

Aunque en el Evangelio se nos relatan muchas de las acciones que realizó Jesús, muchos milagros, el anuncio de la Buena Noticia del amor de Dios, su Pasión, Muerte y Resurrección, también se nos narra en el Evangelio la faceta del Jesús orante. Jesús amaba tanto a su Padre que vivía en plena comunión con Él, llegando a pasar noches enteras en oración: «Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios» (Lc 6,12).

Y al principio del pasaje del Evangelio de hoy, los discípulos, al verle rezar, le piden que les enseñe también a ellos a rezar. Quieren vivir como Él, quieren tener la intimidad con Dios Padre que tiene Él: «Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos» (Lc 11,1).



Y hoy nos asegura Jesucristo que Dios Padre quiere darnos el Espíritu Santo. ¡Cuántas veces pedimos a Dios tantas cosas vanas! ¡Cuántas veces vamos a Dios como si fuese nuestra secretaria, que tiene que estar a nuestro servicio y nuestra disposición!

El Señor quiere concedernos lo máximo que se puede dar: El Espíritu Santo, para vivir unidos a Él, para tener la misma naturaleza que Él. Todo lo demás, como le decía Jesús a Marta en el pasaje del evangelio de la semana pasada, es vanidad de vanidades. «Buscad primero el Reino de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6,33).

Por tanto, la Palabra de hoy es una Buena Noticia. Dios no nos abandona ni nos deja solos. Nos ayuda y nos asiste con el Espíritu Santo. Deseemos estar con Dios, pertenecerle a Él, ser suyos. No hay cosa mayor en la vida que eso. Feliz domingo.







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