Menu


«Te seguiré adondequiera que vayas»
Reflexión del domingo XIII del Tiempo Ordinario Ciclo C


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9,57-58).

Después de terminar las celebraciones que tienen lugar tras el Tiempo de Pascua, volvemos al Tiempo litúrgico denominado Ordinario, que es en sí mismo totalmente extraordinario. Así, en este domingo XIII del Tiempo Ordinario nos regala el Señor una Palabra con la que intenta sellar en nuestros corazones un mensaje trascendental para nuestra vida. El mensaje central que quiere revelarnos hoy el Señor está muy bien expresado en el último versículo del Salmo Responsorial: «Me enseñarás el camino de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, alegría perpetua a tu derecha» (Sal 15,11).

El Señor quiere enseñarnos el verdadero camino de la Vida, que es Él mismo (Jn 14,6). Y es importante esta idea que desea subrayar el Señor porque deja patente que la vida no es un absurdo, producto del azar, un tiempo vano sin sentido, sino que la finalidad de la vida está, como dice el Salmo, en poder llegar a gozar de la alegría perpetua en compañía del Señor en el Cielo: «En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,2-3). De ahí que nos diga el Señor en otro pasaje del Evangelio: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará» (Lc 9,23-24).

  Lo que el Señor nos revela es un tesoro oculto para muchas personas. En el mundo se intenta «aprovechar la vida al máximo» viviendo de forma narcisista y egocéntrica, pensando sólo en el placer personal, en huir de la cruz, etc.; y, sin embargo, cada vez existen más personas en estado de frustración, que experimentan un gran vacío al mismo tiempo que viven de esa forma ya descrita. Por eso el Señor desea enseñar el Camino de la Vida, Camino que vivió Él mismo en su existencia terrena, y que conduce, de forma paradójica, a la verdadera realización personal y posteriormente a la Vida Eterna en plenitud con el mismo Dios.

Así, San Pablo dirá en una de sus epístolas: «Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2 Co 8,9). Jesucristo vivió en un estado constante de donación y entrega absoluta a su Padre y a toda la humanidad por puro amor: «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Así, «Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre» (Flp 2,6-9).



Por tanto, el Señor nos invita en este día a seguir purificando nuestro corazón de tantos apegos terrenales y a desear vivir plenamente con Él en el Cielo: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,19-21). El Señor desea SER UNO CON CADA UNO DE NOSOTROS viviendo en la actitud de pobreza de espíritu con la que Él mismo vivió durante su vida terrena: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5,3).

Mientras rezo escribiendo esta breve reflexión resuenan en mi corazón las Palabras que la Virgen María le dice a Santa Bernardette en una de sus apariciones en Lourdes: «Yo también te prometo hacerte dichosa, no ciertamente en este mundo, sino en el otro». Porque seguir a Jesucristo, amar a Jesucristo supone unirse a Él en la Cruz. Como dirá San Pablo: «Pues yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Co 2,1-2).

Por tanto, el Señor vuelve a hacernos una llamada a la conversión, a entregarle nuestra vida sin reservas, mirándolo sólo a Él: «Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,1-2). O como dirá en otra epístola San Pablo: «Todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo» (Flp 3-8). Porque, Cristo sólo cabe en la Cruz, y lo que no entra en la cruz, sobra. Porque lo único importante es Cristo: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).

Vivamos este domingo con el deseo de pertenecerle sólo a Cristo, llevando a cabo las palabras con las que inauguraba su Pontificado nuestro querido San Juan Pablo II: «¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad! ¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera! ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!» (Homilía de San Juan Pablo II al inicio de su Pontificado, 22 de octubre de 1978). Feliz domingo.









Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |