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«Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos»
Reflexión de Corpus Christi - C


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos» (Lc 9,16-17).

Celebramos hoy una de las grandes Solemnidades que nos regala el Señor por medio de la Iglesia tras el tiempo de Pascua. Tras  haber celebrado en días anteriores las Solemnidades de Pentecostés, Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y la Santísima Trinidad, en el día de hoy nos regala el Señor la Solemnidad del Corpus Christi, y con ella una Palabra de Conversión y de Vida. Me emociona palpar el gran amor que tiene Cristo hacia toda la humanidad.

Los discípulos le piden que despida a la gente porque es la hora de la comida y ven que no pueden alimentar a todos. Piden que la despida. Pero Cristo, «al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36).

Jesús se revela hoy como el alimento que proporciona Vida Eterna: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo» (Jn 6,51). Así lo expresa también San Pablo en la segunda lectura de hoy: «Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.» Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío» (1 Co 11,23-25).

Así, el Señor nos invita en esta fiesta de hoy a encarnar las palabras de la Epístola a los Hebreos: «Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,1-2). Nos invita el Señor a decirle que sí a esta alianza amorosa que quiere hacer con cada uno de nosotros, como hizo nuestra Madre, la Virgen María, (Lc 1,38), porque el Señor quiere SER UNO CON CADA UNO DE NOSOTROS, quiere que nos unamos totalmente a Él y que lo hagamos de forma sacramental en la Eucaristía, pero que sea un fiel reflejo de nuestro deseo existencial de corresponder a Cristo en nuestra vida concreta de desposarnos con Él, sacudiendo el lastre y todo lo que nos separa de Él, como dice San Pablo: «Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias. Ni hagáis ya de vuestros miembros armas de injusticia al servicio del pecado; sino más bien ofreceos vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y vuestros miembros, como armas de justicia al servicio de Dios» (Rm 6,10-13).



El Señor nos quiere para Él, nos ha comprado a precio de su sangre. En esta sociedad que el Papa Francisco ha denominado la sociedad del descarte, en la que se valora al otro en base a un mero utilitarismo, el Señor no nos descarta. No se cansa de venir a nuestra vida a pedirnos que SEAMOS UNO CON ÉL: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva» (Jn 4,10). Porque hoy también le sucede al Señor como le sucedía en su vida terrenal: «Al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Hoy el Señor sigue sintiendo compasión y lástima de tanta gente que está perdiendo la vida desgraciadamente, engañados y ciegos, que se suicida, que no ve esperanza, que no tiene vida, y nos dice hoy a cada uno de nosotros y a toda la Iglesia: «Dadles vosotros de comer» (Lc 9,13). Y el Señor nos conoce, conoce nuestras debilidades, nuestros pecados, pero nos llama a esta impresionante misión SIENDO UNO CON ÉL: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef 5,31-32); «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

Ser UNO CON CRISTO supone que sea Cristo el que viva en nosotros, como dirá San Pablo, (Gál 2,20), dando y entregando la vida uniéndonos a Cristo en el desposorio de la Cruz. Por eso, no es el aplauso y el reconocimiento de los hombres lo que debemos buscar al unirnos a Cristo, sino exclusivamente lo que le agrada a Dios Padre, como lo hizo el mismo Cristo (Jn 8,29), que no es sino hacer su voluntad, lo que Dios quiere para nuestra vida y que sea el medio en que mayor gloria le dé a Él.

San Pablo dirá también en ese sentido: «Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo» (Col 1, 24). SER UNO CON CRISTO lleva implícito amar como ama Cristo hasta dar la vida por los demás. Unirnos a Cristo significa dejarnos partir como se parte el Cuerpo de Cristo para alimentarnos a nosotros en la Eucaristía. Es que SER UNO CON CRISTO supone que nuestra vida sea una continua Eucaristía, por la que muriendo a uno mismo con Cristo, el otro reciba la vida, y, paradójicamente, es dando la vida como se recibe: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,24-25).

Además, comulgar con Cristo no significa vivir la fe en solitario, aunque se viva la relación amorosa personal con Él, sino sentirnos miembros de un Cuerpo, del Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. Cuando en la Eucaristía recibimos el Cuerpo de Cristo, comulgamos con Cristo, no sólo expresamos nuestra comunión con Él, sino con la Iglesia. Y es una gracia sentirse miembro de la Iglesia. Es una gracia ver la riqueza de carismas y dones con la que el Espíritu Santo la adorna, y, a través del Espíritu Santo, experimentar que la comunión con Cristo, como dije anteriormente, nos hace Eucaristía, nos ayuda a salir de nosotros mismos para servir a los demás.

Porque decir Amén al Cuerpo de Cristo es decir Amén a la Iglesia, sentirnos miembros activos de ella: «Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo» (1 Co 12,12).



Y no quisiera terminar este breve escrito sin hacer referencia a un extracto de la homilía que dijo S.S. el Papa Emérito Benedicto XVI en la solemnidad del Corpus Christi del año 2011 que expresa una idea que había oído con anterioridad a mi siempre querida y admirada Santa Madre Teresa de Calcuta: «Quien reconoce a Jesús en la Hostia Santa, lo reconoce en el hermano que sufre, que tiene hambre y sed, que es extranjero, que está desnudo, enfermo o en la cárcel; y está atento a cada persona, se compromete, de forma concreta, en favor de todos aquellos que padecen necesidad» (Homilía del Santo Padre Benedicto XVI en Solemnidad de Corpus Christi 2011).

Así, tal y como dice la Iglesia en el Catecismo, la Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: «Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40)»: «Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. [...] Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno [...] de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso» (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4) (CIC, Nº 1397).

Feliz día del Corpus Christi, con la gran alegría de querer decirle al Señor “sí”, a esta invitación de SER UNO CON ÉL en la Iglesia para Él y los demás. Feliz Domingo.







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