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Invitados a una relación de amistad y amor con Dios
Si nos quedamos únicamente con el recurso de los libros y las investigaciones, como si Dios fuera un objeto, no lo conoceremos.


Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate



Nuestras comunidades han quedado sensiblemente motivadas por este hermoso itinerario de fe que hemos recorrido en el tiempo de la pascua y que tuvo un momento culminante en la fiesta de Pentecostés. Al constatar las experiencias y bendiciones que Dios ha generado en nosotros, reconocemos la misericordia del Señor que nunca dejará de hacerse presente, aún en los momentos más delicados de nuestra vida.

El Espíritu Santo, que se ha derramado en nuestros corazones, nos lleva a la alabanza y la acción de gracias al reconocer las maravillas de Dios. Por el Espíritu, nos sentimos inspirados y conmovidos, como el salmista, cuando le habla a Dios fascinado por la creación del hombre: “Lo hiciste un poquito inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad”.

Sólo el Espíritu Santo puede llevarnos a esta contemplación y alabanza cuando descubrimos personalmente la bondad y misericordia del Señor, a pesar de nuestra pequeñez: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas, que has creado, me pregunto: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, ese pobre ser humano, para que de él te preocupes?” (Sal 8).

Si las obras de Dios nos hacen reaccionar de esta manera, el conocimiento de Dios nos lleva a una experiencia todavía más sublime, como reflexionamos en la fiesta de la Santísima Trinidad.

De hecho, venimos de una tradición que ha reflexionado copiosamente sobre la Santísima Trinidad. Este misterio de fe ha estado presente a lo largo de la historia de la Iglesia, dando identidad a nuestra fe católica. Se trata de un misterio que ha apasionado y cautivado a los creyentes -e incluso a los no creyentes- que se ponen a la búsqueda de una respuesta a través de la cual podamos comprender: ¿Cómo es Dios? ¿Quién es Dios? Y por qué decimos que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.



Por supuesto que estamos delante de un misterio, pero no estamos abandonados a nuestra suerte porque nuestra generación cuenta con todo un legado que se ha generado a lo largo de los siglos.

Pero más allá de todas las explicaciones y reflexiones doctas que están a nuestro alcance, permanece abierto y latente el camino que a Dios le agrada para darse a conocer, para seguir revelando su misterio.

Porque sólo cuando somos capaces de reconocer la gratuidad del Señor, que por puro amor se da a conocer, estaremos en condiciones de acoger su misterio, porque los misterios de Dios más que entenderlos hay que acogerlos.

En nuestra manera de entender las cosas quisiéramos descifrarlos, descomponerlos, catalogarlos a la manera humana. Cuando nuestro acercamiento es de esta naturaleza Dios desaparece porque lo que Dios quiere de nosotros es el amor, una relación cercana. Cuando uno acoge el misterio y busca una relación con Dios, entonces se revela y nos va mostrando aquello que por nuestra inteligencia y fuerzas humanas no podríamos comprender.

Hoy como ayer este es el camino para llegar a conocer a Dios. Cuando uno quiere conocerlo, Él corre el velo, muestra su rostro y se da a conocer. Dios facilita ese encuentro en la medida que propiciamos una relación con Él.



Al buscar sinceramente a Dios no podemos desvincularnos, tenemos que entrar en la dinámica de la amistad porque a través de esta intimidad Dios abre su corazón y se da a conocer. Si nos quedamos únicamente con el recurso de los libros y las investigaciones, como si Dios fuera un objeto, no lo conoceremos. Pero si acepta uno ese privilegio de la relación y la amistad con el Señor, Dios se irá dando a conocer en nuestra vida.

La súplica de San Agustín nos sitúa delante de este misterio para que nunca nos cansemos de buscar a Dios:

“Señor, mi Dios, mi única esperanza: escúchame, y no permitas que cansado ya no te busque, sino haz que te busque siempre con fervor (Sal 104, 4) … Ante Ti están mi fuerza y mi impotencia: consérvame la una y sana la otra. Ante Ti está mi saber y mi ignorancia: donde me has concedido entrar, recíbeme en tus brazos; donde hasta ahora no me has dejado entrar, abre cuando llame”. (De Trinitate, Libro XV, capítulo XXVIII).

Que el Espíritu Santo nos lleve al asombro del misterio de la Santísima Trinidad y de la presencia real de Jesucristo en la eucaristía, conforme a la fiesta de Corpus Christi del próximo jueves.







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