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Subió al cielo y se sentó a la diestra del Padre
Se caracterizó por ser un Dios que se estremece y sale al encuentro.


Por: Pbro. Francisco Ontiveros Gutiérrez | Fuente: Semanario Alégrate



Jesús acompaña a los suyos

Luego de su Resurrección el Señor quiso acompañar a sus apóstoles por un breve tiempo, que la Iglesia expresa en una cincuentena de días; un tiempo en el cual se extiende el gozo pascual para todos, y todos tienen parte con el Resucitado. Este periodo que el Señor les dedicó a los suyos fue un tiempo de calidad, pues se acercó a ellos, los animó, disipó sus temores, les trajo paz, les concedió verle y tocarle, habló a sus corazones. Los enamoró confirmándoles todo lo que había dicho antes de su pasión. Sin embargo, el Señor no se puede quedar para siempre con ellos, es necesario que Él regrese a su lugar en la eternidad y con el Padre, para que así, ellos produzcan fruto. Y el Señor tiene la confianza de irse porque sabe que sus discípulos no lo van a defraudar. Sabe que ellos han sido probados y son fieles. Por eso sube al Padre en el cielo. Aún con esto, el Señor, en un derroche de amor les concede al Espíritu Santo, para que los anime en la misión que ellos han de desempeñar: extender el reino a pueblos y ciudades.

Mientras subía al cielo

La Sagrada Escritura relata que mientras el Señor subía al cielo, ellos se quedaron atónitos observándole. Pero los ángeles los animan a ponerse en marcha, y no quedarse contemplando al cielo boquiabiertos. Eso sucede con nosotros. El Señor ha ido al lugar que le pertenece desde la eternidad, y nos corresponde a nosotros extender el Reino, es decir, un nuevo estilo de vida; una vida buena y abundante que no se lee con las categorías del mundo, sino con las condiciones del Señor resucitado que nos confía su obra, la obra de comunicar la pascua a tiempo y a destiempo. Ser mensajeros de la resurrección a donde la vida parece terminar.

¿Qué nos toca?



Si bien el tiempo litúrgico de la pascua llega al ocaso, lo hacemos con un impulso que nos llena de vigor y nos pone en marcha para salir al encuentro de los demás, comunicándoles una vida nueva. Los ministerios en la Iglesia son abundantes, a unos discípulos les toca salir como misioneros a comunicar con palabras. A otros les toca comunicar con silencios. Y a unos más les toca motivar para que no haya quienes se queden contemplando al cielo en una tranquilidad sin paz. ¡Bendito sea el Señor por su Ascensión!, pues con ella nos dice que confía en nosotros, y pone en nuestras vasijas de barro perlas preciosas.

Ir a todo el mundo

En el momento mismo de la Ascensión indica a los apóstoles la importancia de ir. Así como Él lo había hecho. Él siempre fue. Fue del cielo a la tierra para la encarnación. Fue de su casa al templo en la peregrinación de los doce años. Fue al encuentro de los que estaban como ovejas sin pastor. Fue al encuentro de los ciegos, de los leprosos, de los enfermos. Fue a la boda de los novios que se habían quedado sin vino. Fue siempre. Salió al encuentro siempre y cada uno de los días de su vida. Se caracterizó por ser un Dios que se estremece y sale al encuentro. Eso que Él mismo había hecho, ahora habrán de hacerlo también sus discípulos. De eso tendrían que ser testigos.







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