Menu


La verdad entre juicios y juzgados
La verdad es un valor que va quedando oscurecido en nuestros días. Sí existe la verdad y es independiente de nosotros. No la podemos construir a nuestra medida, ni aún con el consenso de la mayoría democrática.


Por: Liliana Esmenjaud | Fuente: Mujer nueva



 

 

 

Vivimos en una época en que todo se resuelve en los juzgados. ¿Me enojé con mi esposo? El juez me divorcia. ¿El vecino me molesta?... Una demanda lo arregla. ¿No me dan el trabajo? Mi abogado me defiende. Pareciera como si los jueces tuvieran en sus manos el poder de decidir no sólo sobre el bien y el mal, sino ahora también, sobre la verdad y la falsedad.

Y es que el tema de la “verdad” se está poniendo de moda en los juzgados. En Viena se ha condenado recientemente al historiador británico David Irving a tres años de cárcel por haber negado, en una conferencia que impartió hace 17 años, la existencia del holocausto judío. Por su parte, en Estados Unidos, la polémica sobre la teoría del “diseño inteligente” ha pasado a las cortes para que decidan si se ha de enseñar o no.

Estos casos muestran que la verdad no es indiferente para el ser humano. Ella es condición para la libertad y para el progreso. La verdad es el mejor cimiento para edificar una cultura, una civilización, un futuro y una vida. Construir sobre mentiras o errores es como hacerlo sobre arenas movedizas. Tarde o temprano todo se desmorona y sólo lo verdadero queda.

Sin embargo, actualmente es muy difícil descubrir la verdad. Cada generación, cada cultura y cada profesión buscan y defienden “su” verdad. Parece como si la verdad estuviera rota en pedazos o como si fuera opuesta la de unos contra la de los otros. Estas diferencias de opinión llegan a ser tan fundamentales que hacen necesario que un juez decida sobre cuál de las dos “verdades” ha de prevalecer.

Ante esta situación, no cabe sino preguntarse si es cierto que la verdad es personal y si es diferente para cada uno. ¿Será que lo que era cierto para mis abuelos no lo sea para mí? ¿Y lo que es para los holandeses no lo sea para los peruanos? ¿Y que la verdad del médico sea diferente a la del legislador? ¿Que todo sea relativo y que no exista una verdad universal? ¿Qué nos une, entonces?

La experiencia nos dice que la verdad existe. Hay una realidad objetiva que podemos conocer. Que el mar sea salado es algo que no se puede negar. Y lo es independientemente de mi cultura o mi manera de ser. Que me guste o no, que me sea útil o no, que conozca su composición química o su vegetación o su fauna, o no lo haga, depende de mí, de mis conocimientos, mi profesión, mis gustos, mi habilidad, etc. Pero el mar, es mar, y seguirá siéndolo independientemente de mí. Lo puedo conocer cada vez mejor. Puedo partir de los conocimientos de otros para descubrir nuevos, puedo hacerme experta. Es más, puedo teorizar… el mar sigue siendo mar independientemente de mí y de mis conocimientos que tenga de él. Aún cuando yo pensara y asegurara que fuera dulce, el mar no perdería su sal. La verdad existe independientemente de nosotros.

También es cierto que los seres humanos tenemos la capacidad para conocer la verdad. Pero no la conocemos de golpe, a simple vista. Siempre procedemos por partes. Y cada parte nos ayuda a descubrir nuevas facetas que en un primer momento se nos escapaban o no comprendíamos. En este sentido, podemos decir que tenemos la capacidad de construir, no la verdad, sino nuestro conocimiento de la verdad. Y lo mejor de todo es que construimos sobre los conocimientos que otros nos han legado. La NASA no necesitó redescubrir la gravedad. Basándose en la ley de Newton ha logrado vencerla enviando a gente al espacio.

Conocemos el mundo como conocemos una obra de arte. Cuando vamos por vez primera a Florencia y nos encontramos ante el David de Miguel Ángel pueden ocurrir distintas situaciones. Podría darse el caso de que nunca hubiéramos oído hablar de él y que pasáramos de largo sin apreciarlo y hasta criticándolo.

Sin embargo, un buen libro o un buen guía nos pueden dar los elementos imprescindibles para estar en condiciones de valorar esa gran obra. Una vez frente al David, lo empezamos a conocer desde un ángulo determinado, pero será necesario movernos a su alrededor si queremos obtener un conocimiento más completo. Cada ángulo nos permitirá contemplar distintos detalles. Ahora bien, si un experto en arte se encuentra a nuestro lado, indudablemente podrá descubrir muchas más riquezas en esa obra que nosotros. Pero el valor del David está en la obra misma. No varía según nuestra cultura o nuestra capacidad para apreciarla.

He aquí la grandeza de la verdad. Existe independientemente de nosotros. Y siempre podemos profundizar en ella. Una realidad no es más verdadera por el hecho de que muchos la conozcamos. Lo que es verdadero lo es. La mentira no se convierte en verdad porque muchos la repitan o la crean. El error y la falsedad terminan por caer y destruirse ellos solos como nos ha enseñado la historia. La verdad sobrevive cualquier choque o crisis. Aunque parezca que la entierran, que no se le conoce, al final, todo lo demás cae y ella resplandece.

Por este motivo, la verdad no depende de juicios y juzgados. La “verdad” no se decide democráticamente. La verdad no se inventa. La verdad no se impone ni se cambia con leyes o con juicios. La verdad es, o no es verdad.

Nuestro conocimiento de la verdad seguirá avanzando. Los conocimientos de hoy serán insuficientes en un futuro próximo. El mejor servicio que podemos hacer a las generaciones venideras será ayudarles a creer que la verdad existe y transmitirles el amor y el respeto hacia ella. De esta manera podrán seguir progresando en su descubrimiento, pues al final de cuentas, solamente la verdad los hará libres.
 

 



 

 

 

 

Facebook



Twitter

 

* Para mayor información, visita nuestra Sección de Virtudes y Valores

* Comparte con nosotros tu opinión y participa en nuestros foros de discusión de Catholic.net

Si quiere comunicarse con el autor, envíe un mensaje a: virtudesyvalores@arcol.org

 

 

 

 







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |