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«Si alguno me ama, guardará mi Palabra»
Reflexion del domingo VI de Pascua - Ciclo C


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23).

La Palabra que nos regala el Señor en este Domingo VI del Tiempo de Pascua es una Palabra muy entrañable con la que el Señor revela la misión a la que nos llama a cada uno de nosotros como cristianos. Tan sólo el escuchar el versículo que da título a la reflexión del pasaje del Evangelio de hoy hace que se me haga presente en mi mente la imagen de nuestra Madre, la Virgen María, que da total cumplimiento a esta Palabra, y me invita con ello a pedirle al Señor el estar atento a la Palabra del Señor para poder acogerle. Porque la Palabra de Dios es el mismo Jesucristo: «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,1.14).

¡Cuántas veces uno no escucha la palabra de Dios sino que escucha la palabra del maligno! Como he escrito más de una vez, siempre recuerdo cuando era niño y mi madre me mandaba hacer alguna tarea como ir a comprar, o hacer cualquier cosa que necesitase, y cuando yo tardaba en levantarme y aparecer donde estaba ella, me decía: «¿Tú no oyes?» No me decía: -«¿Tú no obedeces?»- sino que utilizaba el verbo oír, lo que me hace pensar que escuchar tiene implícita la idea de obedecer, si bien Santiago hace una recomendación sobre la escucha de la Palabra de Dios en su epístola: «Por eso, desechad toda inmundicia y abundancia de mal y recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas. Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos» (St 1,21-22).

Ciertamente, mientras rezo con la Palabra de hoy, resuena en mi corazón el versículo del salmo invitatorio de la oración diaria de Laudes: «Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis el corazón» (Sal 94,7-8). Porque la Palabra que dice el Señor no suele venir acompañada de música celestial, agradable y melosa, sino que es una Palabra de conversión, que viene señalada por la Cruz: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» (Jn 6,60). Mientras que la palabra que nos dice el maligno todos los días es una palabra aduladora, agradable, tentadora (Gn 3), pero que cuando es acogida, hace que experimentemos el vacío, la tristeza: «El salario del pecado es la muerte» (Rm 6,23).

Porque todos los días nos hablan ambos emisores, Dios y el maligno. Todos sufrimos la tentación porque el maligno conoce nuestra debilidad e intenta acosarnos utilizándola para hacernos caer. Pero no es el maligno el que peca. El que peca es uno cuando le hace más caso al maligno que a Dios. Porque pecar supone decirle a Dios que es un mentiroso, que la verdad la tiene el maligno, que merece más la pena obedecer al malo que al Señor. Así, dirá Jesucristo: «El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios» (Jn 8,47).



Pero el Señor no acusa, excusa y corrige. El acusador es el maligno (Ap 12,10) y hoy, a través de su Palabra, el Señor nos hace una invitación a amarle, a acoger su Palabra, porque nos quiere y quiere SER UNO CON CADA UNO DE NOSOTROS: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23). El Señor tiene una paciencia infinita, nos conoce, nos comprende, nos perdona y nos ama: «Eres precioso a mis ojos, eres estimado, y Yo te amo» (Is 43,4). Y, al igual que hizo con la Virgen María, quiere morar en cada uno de nosotros, quiere que seamos su templo, un templo en el que le demos culto sólo a Él en nuestra vida concreta. Porque no se trata de darle culto sola y exclusivamente en el templo (edificio en el que se celebran los sacramentos), sino que quiere que, unidos a los demás miembros de la Iglesia por el Espíritu Santo, le demos culto en nuestra vida concreta haciendo, SIENDO UNO CON CRISTO, lo que le agrada a Él: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Jn 4,34); «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39). Porque al final, es haciendo la voluntad de Dios como se vive con la paz de Dios. El maligno ofrece salidas fáciles, escapatorias, huidas del sufrimiento, de la realidad, acentuando el egoísmo, y dirigiendo la vida hacia el caos, por querer huir de lo que él nos presenta como un caos. Pero Cristo hoy hace una promesa: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23). No hay mayor paz ni alegría que estar con el Señor, que ser su templo y participar al mismo tiempo del sacerdocio de Cristo. Así, ya en el salmo responsorial nos hace una llamada el Señor a la alabanza a Dios: «¡Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben!» (Sal 66,4); y en la lectura del libro del Apocalipsis se vuelve a hacer la invitación a ser ese templo de Dios UNIDOS A CRISTO, el Cordero, adorando a Dios haciendo su voluntad: «Pero no vi Santuario alguno en ella; porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su Santuario. La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero» (Ap 21,22-23).

Por tanto, el Señor nos invita con esta Palabra de hoy a vivir, como miembros de la Iglesia, como la Virgen María, acogiendo la Palabra de Dios y viviendo en profunda intimidad con el Señor, a través de la oración, de los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, la escucha de su Palabra, dándole culto a Él: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38); «¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1 Co 3,16); «¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Co 6,19-20). Feliz domingo sexto de Pascua.







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