Todo el que pide, recibe
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net
La oración vuelve a ser tema de este día tanto en el libro de Esther como en el Evangelio. Esther en los momentos críticos de Israel se arma de valor para enfrentar al injusto tirano que ponía en grave peligro a su pueblo, pero que antes de acometer la empresa, se viste de sayal, se pone en ayuno y asume la actitud orante, llena de esperanza en el Señor.
“No tengo más defensor que tú, Señor, protégeme porque estoy sola y voy a jugarme la vida”. Actúa y hace oración… No permite que las cosas vayan por sí solas, pero no actúa por sí sola, siempre en la presencia, ante los ojos y sintiendo la cercanía de Dios.
Es lo mismo que propone Jesús a sus discípulos. Hay quienes pretenden ver en la oración de intercesión y súplica, un acto inútil porque Dios ya conoce todos nuestros problemas y situaciones difíciles, sin embargo el mismo Jesús nos enseña que es muy necesaria la oración de petición.
Las comparaciones que hoy nos ofrece el pasaje de San Mateo son más que elocuentes. Es más, parecen tercamente insistentes. Muchas veces he pensado que esta enseñanza de Jesús y su mismo ejemplo nos llevará no tanto a “modificar” la conducta de Dios respecto a nosotros, sino a hacernos comprender a cada uno de nosotros que siempre estaremos bajo la mirada amorosa de Dios y que al insistir tanto en la oración lo que modificaremos será nuestra propia actitud, nuestras formas de mirar, y nuestra forma de tomar decisiones.
Si estos días hemos intensificado la oración por los países en guerra, nos compromete también a ser constructores de paz en nuestros ambientes. No podemos pedir paz y ser nosotros causa de conflictos. Nos ponemos en manos del Señor para hacer su voluntad.
Muchas veces encontraremos que estamos pidiendo cosas que no nos benefician; otras veces en oración descubriremos nuevos caminos para actuar conforme a la voluntad de Dios. Escuchemos hoy la voz de Jesús que una y otra vez nos invita a hacer oración y hagamos de nuestra vida una continua oración, al vivir siempre en la presencia amorosa del Padre.