La fragilidad humana frente a la santidad de Dios
Por: Pbro. Francisco Ontiveros Gutiérrez | Fuente: Semanario Alégrate

Dios revela su santidad
El texto de la vocación de Isaías muestra la grandeza de Dios, su santidad, lo describe con rasgos que quieren dejar al descubierto la santidad, uno de los atributos fundamentales de Dios: “vi al Señor, sentado sobre un trono muy alto y magnífico. La orla de su manto llenaba el templo. Había dos serafines junto a él, con seis alas cada uno que se gritaban el uno al otro: santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos, su gloria llena toda la tierra. Temblaban las puertas al clamor de su voz y el templo se llenaba de humo”. (cfr. Is 6,1-5). Con esta sorprendente descripción el profeta pretende expresar que la visión que tuvo es de total santidad, primero porque de eso dan testimonio los sorprendentes ángeles y, después, porque lo que ve es totalmente distinto a lo que sucede en el mundo. En definitiva, cuando Dios se revela, deja al descubierto su grandeza, su santidad.
Experiencia mística
El profeta habla de una experiencia trascendental, trascendental en su vida y en la historia de la profecía. La experiencia de los grandes místicos: Teresa o Juan de la Cruz, ayuda un poco, a penetrar en el misterio, desde luego en lo poco, casi nada, de lo que se puede penetrar de un misterio. El profeta se arriesga, como los místicos a tratar de formular lo inefable. Como suele suceder en estas experiencias, al querer nombrarlas corremos el riesgo de acercarnos a ellas sin apreciar ni sospechar la hondura del misterio. (cfr. SCHÖKEL-SICRE, Los profetas). Ese es el no menor peligro que se corre al acercarnos a una experiencia de esta magnitud, ante lo que resulta más conveniente es, descalzarse porque, sin duda, el lugar que estamos pisando es sagrado.
La teofanía estremece
Como es natural, al contemplar la grandeza de Dios lo menos que puede hacer uno es confirmar su pequeñez y limitación. El profeta experimenta su debilidad y limitación ante la grandeza de Dios que hace estremecer la tierra. Naturalmente es incapaz de abarcar en vida la grandeza de Dios, de ahí su temor de morir; experimenta su limitación ética, su mancha, su herida, su pecado, ante la cual Dios no se cohíbe, por el contrario, es precisamente su grandeza la que le lleva a encontrarse con la pequeñez humana. La experiencia de Dios traslada a la verdad, al mejor conocimiento de Él y de uno mismo.
Una experiencia que no se puede callar
En el caso del profeta, la experiencia que Dios le permite conlleva una misión, Dios lo envía para que actúe en su nombre, sin importar su limitación, Dios toca al profeta en todo su ser y le permite esta experiencia para que pueda, a su vez, ser mensajero de la grandeza de Dios que no encuentra limitación en la fragilidad humana. La vocación profética es una misión a la que se responde libremente con las características de la propia personalidad, sensibilidad y carismas, en el profeta resplandece Dios en forma excepcional (RAVASI G., Los profetas).


