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«Me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva»
Reflexión del domingo III del Tiempo Ordinario Ciclo C


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lc 4,18)

Viene el Señor a nuestro encuentro a través de la Liturgia de la Palabra de hoy en este tercer domingo del Tiempo Ordinario, subrayando un mensaje que se resume en el Salmo Responsorial: «La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos» (Sal 18,8-9).

Porque ciertamente el descanso del alma tiene lugar cuando uno entra en sintonía con la voluntad de Dios, cuando se vive en humildad, cuando se reconoce que Dios es Dios y uno no lo es, cuando se vive en actitud de alabanza al Señor, tal y como rezamos en el Salmo 94: «Entrad, adoremos, postrémonos por tierra, ¡de rodillas ante el Señor, Creador nuestro! Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que Él guía» (Sal 94,6-7).

¡Cuántas veces  vivimos con ansiedad ante la incertidumbre del futuro, o agobiados con la carga del pasado o ante la dureza de la realidad que podamos estar viviendo! Pues el Señor hoy hace una invitación a dejarle entrar en nuestro corazón, para poder entrar nosotros en su descanso. Así, dirá Jesucristo en un pasaje del Evangelio: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mt 11,28-29).

Así, mientras voy rezando y meditando mientras escribo estas líneas resuenan en mi corazón las palabras del Evangelio del día de Navidad: «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros» (Jn 1,1.14).



Porque Jesucristo es la Palabra del Padre, es la Buena Noticia enviada por el Padre, tal y como proclamará Jesucristo hoy dando cumplimiento a la Palabra del Padre: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lc 4,18); «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).

Por tanto, en primer lugar, el Señor nos hace la invitación a acoger a Jesucristo, Palabra del Padre: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23), tal y como hizo la Virgen María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra» (Lc 1,38), siguiendo las directrices que marca Santiago: «Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: Se contempla, pero, al irse, se olvida de cómo es. En cambio el que considera atentamente la Ley perfecta de la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella, ése, practicándola, será feliz» (St 1,22-25). Así, al acoger esa Palabra de Dios, uno llega a ser UNO CON CRISTO, por lo que es importante profundizar en la intimidad con el Señor a través de la de la escucha de su Palabra, de la oración, y de los sacramentos, sobre todo la Eucaristía.

Porque ciertamente, es la Palabra de Dios la que hace al ser humano feliz, tal y como dice el mismo Jesucristo parafraseando un versículo del Antiguo testamento, al responder a quien también dice una palabra pero que no produce felicidad sino destrucción: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4). Así, dirá el Salmo 1: «¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, mas se complace en la Palabra del Señor, su ley susurra día y noche!» (Sal 1,1-2).

Pero no sólo llama el Señor hoy a acogerle sino también a darle a conocer, tal y como dice San Pablo: «El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Co 5,14-15); «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Co 9,16).

Porque, ¿cómo podemos quedarnos en actitud pasiva cuando hay tanto sufrimiento por desconocer a Cristo? Cuando hay tanta desesperación, tanto desconsuelo, frustración, rupturas, etc. Es como si se tuviese el antídoto del COVID y no se compartiese. Pero si Jesucristo es la VIDA (Jn 14,6): «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10).  Por tanto, el Señor hoy vuelve a hacer una llamada a la misión, a ser portadores suyos siendo UNO CON ÉL: «Dad Gratis lo que gratis habéis recibido» (Mt 10,8). Feliz domingo.









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