Hoy resuenan en los textos bíblicos bellos cantos de alabanza tanto en la boca de Ana como en los labios de María. No es un canto por la gracia de un favor personal, sino un canto que expresa el reconocimiento de un favor a toda la humanidad y la manifestación de cómo Dios hace presencia en medio de los hombres.

Dios actúa muy al contrario de los objetivos y anhelos humanos, invierte los valores de la historia y propone nuevos moldes que rompen con toda la estructura antigua. La alegría de María se basa en esta nueva actuación del Señor. Un Dios poderoso y salvador que pone sus ojos en los pequeños y humildes, un Dios que no puede tolerar la injusticia y que vincula a los indefensos en la búsqueda de un nuevo sistema; un Dios que escucha el clamor y que hace caer a los poderosos y a los de corazón altanero.

Es un canto revolucionario, el de María, en todos los sentidos: una nueva concepción de Dios, aunque recoge toda la antigua tradición; un nuevo orden donde ocupan un primerísimo lugar los desposeídos; un nuevo tiempo, que irá de generación en generación. Hoy también tienen sentido estas palabras, no son una invitación a la violencia, pero sí a construir un nuevo mundo donde no reine la imposición del poder y de la riqueza, sino el respeto a cada uno de los hombres, aun del más pequeño.

Un reino donde lo más importante sea la santificación del nombre de Dios, y no la alabanza de los poderes del mundo; un reino donde la misericordia se extienda a todos los hombres de todos los tiempos y no se manipule la justicia. Es tarea del discípulo verdadero construir este nuevo mundo.

El canto de María nos pone como ideal la construcción de este nuevo mundo donde no imperen ni el poder, ni las armas, ni el dinero, sino la paz verdadera, la comunión de los hermanos, el reconocimiento y valoración de cada una de las personas. Ésta es nuestra tarea y el mejor modo de prepararnos para esta Navidad. Unámonos a María en su canto, pero sobre todo en este nuevo modo de ver el mundo y la historia.