Les pedirán cuentas de la sangre de los profetas, desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net
Muy en consonancia con la lectura del Evangelio, se nos presenta la amonestación de San Pablo en la carta a los Romanos: “No tienes disculpa tú, quienquiera que seas, que te constituyes en juez de los demás, pues al condenarlos, te condenas a ti mismo, ya que tú haces las mismas cosas que condenas…” Los “ayes” del evangelio resuenan como una condena de parte Jesús.
Si lo más hermoso del Evangelio son las bienaventuranzas, lo más fuerte son estas condenas. Cuando escucho las acusaciones que nos hacen tildándonos de intransigentes, puritanos o hipócritas tanto a ministros como a fieles de la Iglesia, no puedo dejar de pensar si en cierto modo tienen razón quienes así piensan.
Las maldiciones de Jesús van en contra los que se creían buenos y perfectos, personificados en los escribas y fariseos, pero nos alcanzan a todos los que de alguna forma nos sentimos buenos y juzgamos a los demás y ¿quién no lo ha hecho alguna vez? Las primeras maldiciones se resumen en el formulismo que discute interminablemente los preceptos más pequeños pero que olvidan los mandamientos esenciales.
¿No se parecen a nuestras reuniones? ¿No se parecen mucho a los congresos internacionales de los grandes países que discuten sobre los métodos de acabar el hambre y cuidar la naturaleza, pero no son capaces de dejar sus posiciones de seguridad y confort? ¿No se parecen también a nuestras pequeñas asambleas de barrios o de iglesia donde discutimos pequeñeces, pero nos olvidamos de los verdaderos problemas?
Alguien me decía que por desgracia es más fácil reunirse para organizar la pachanga del barrio que para ver sus verdaderas necesidades. La segunda serie de maldiciones, a las cuales esperaba escapar el doctor de la ley, se refieren más a las autoridades civiles y religiosas que prefieren los honores a los servicios, que abruman a la gente con cargas insoportables… ¿Dónde hemos escuchado esto? ¿No es cierto que cuando los problemas arrecian nos dicen que “tenemos que apretarnos el cinturón” porque tenemos tiempos de crisis? ¿Quiénes tienen que soportar las carencias? No los grandes e importantes, sino los pequeños y sencillos, sobre ellos caen las cargas de las leyes, de las crisis y de las obligaciones ¡Son para nuestro tiempo estos reclamos de Jesús!